La primera vez que visité el Pujol en el año 2000, mi impresión inicial fue la de haber encontrado un pequeño y acogedor restaurante que ofrecía para los comensales que lo visitaran una cocina mexicana diferente. En ese momento, todavía recuerdo como habían opiniones encontradas sobre lo que se estaba gestando en el restaurante.
O te encantaba o de plano no te gustaba, pero a mí, me enamoró desde el primer bocado. Me encantó y sigue gustando la sutileza de los sabores, lo elegante de la presentación, el servicio atento, lo simple del comedor, su carta de vinos. A través de los años, fui viendo cómo se transformaba el restaurante. La carta poco a poco incorporaba platillos con ingredientes autóctonos y sembrados localmente. Jugaba con ellos, los reinterpretaba, les daba una nueva forma.
En esos primeros días, le hice una entrevista a Enrique y todavía recuerdo como me platicaba sobre lo que pretendía en Pujol. Palabras más, palabras menos, la idea era reinterpretar la gastronomía mexicana, sin perder nunca la sazón original para que su abuela la pudiera disfrutar.
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