UNO

 

06:43 horas.  Mañana fría en la entrada de la estación Ermita del Metro. Calzada de Tlalpan con mucho tráfico, quizá el de todos los días entre semana. Los vehículos, con sus ojos luminosos amenazantes, iluminan a un deportivo rojo volteado que obstruye la mitad de la avenida. Una de las llantas se encuentra fuera de su lugar; rodando llegó hasta el otro lado de la acera. Gasolina sobre el pavimento, vidrios rotos. Sobre la banqueta hay una mujer de alrededor de 30 años que está siendo atendida por paramédicos. De su rostro escurre la sangre. Por su mirada parece escapársele la vida. “No cierres los ojos, no te duermas”, le pide una de las voces que salen de esos cuerpos con casco y una cruz sobre un uniforme blanco. A poca distancia, los trenes del Metro avanzan. Los curiosos se asoman. Los que tienen prisa no dejan de tocar el claxon. El vehículo deportivo sigue volteado. Las sirenas de la policía vuelven más insoportable el ruido. Una señora que vende tamales afuera de la estación le dice a uno de sus clientes que esto demuestra que “uno no tiene comprada la vida”. Mientras los autos avanzan lentamente, de las ventanas se asoman los rostros-escáner de los pasajeros, es como una escena de Crash, la película de David Cronenberg basada en los relatos de J. G. Ballard, donde los hombres y sus máquinas veloces llevan a más de 180 km/h su deseo de destrucción.

 

DOS

 

19:17 horas.  Su mirada se engancha a las lámparas del alumbrado público.  Su necesidad es similar a la obsesión de las moscas por lo mortuorio. A través de la ventana del Tren Ligero que avanza sobre calzada de Tlalpan -esa isla vertical llena de hoteles de paso- observa el acelerado paso de las calles oscuras. Moreno, barbado, silente, hipnotizado por las lámparas del alumbrado público. Ahora, su mirada se refleja en las lentillas de una mujer que no lo deja de ver. En este lento tren la vida pasa muy rápido, como una proyección de cine en una falsa pantalla multidimensional. Ya desde tiempos de UR, la primera ciudad, se sabe que el hacinamiento genera enfermedades mentales a los miembros de una sociedad; daños en la forma cómo se percibe eso que llamamos “mundo”. Los especialistas han dado a conocer que la televisión fracasó en su intento de unificar los modos de percepción, por eso ahora lo ensayan en las redes sociales: la zona virtual de los fierros y el cemento. Platón planteaba con su Mundo de las Ideas que de alguna forma la existencia es un loop que todos nos encargamos de prolongar, porque esta “realidad” es imperfecta, una mala copia de ese Mundo de las Ideas, lo que también podría indicar que en esa Realidad Original hay una ciudad de México sin caos, ordenada y perfecta con una calzada de Tlalpan sin travestis y módulos instalados para la cópula casual, o causal.

 

@urbanitas