Si bien el concepto de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) puede sonar como algo ajeno al ciudadano común y corriente, no hay un día en que la persona promedio no se ponga en contacto con ella, le guste o no. El proceso no está exento de riesgos, y de hecho se presta  a confusiones conceptuales un tanto preocupantes.  Ejemplifiquemos. Inicia el día. Al igual que millones de personas, usted sintoniza el noticiario televisivo y aparece un anuncio diseñado por uno de los brazos filantrópicos de las dos empresas mediáticas que capturan el rating en ese horario (Televisa y Televisión Azteca), el cual lo exhorta a participar en una campaña cívica para enaltecer los valores que, a juicio de los productores del spot, le hacen falta al país (batalla contra las adicciones, conciencia ecológica, etcétera).

 

Una vez que sale de su hogar, pasa al Oxxo a comprar un café. La cajera le pregunta si desea “redondear” (ceder el cambio en centavos a una acción de beneficencia adscrita y apoyada, en este caso, por FEMSA, propietaria de estas tiendas de autoservicio). Camino a su oficina, atraviesa una serie de áreas verdes que se extienden por la avenida; en cada esquina sobresale una placa metálica que advierte que el pasto y los árboles de cada cuadra son cuidados por una empresa específica.

 

A mediodía, va a comer al Wings a lado de su oficina. El mesero le enseña un folleto sobre un programa para ayudar a niños necesitados promovido por el grupo controlado por la familia Vargas (propietaria, entre otras empresas, de esa cadena de restaurantes y MVS), a la vez que lo invita a realizar una donación. Ya en la noche, pasa por un cajero automático. Antes de autorizar el retiro, el sistema del cajero le pregunta si desea donar dos pesos a un programa de becas auspiciado por la Asociación de Bancos de México (ABM).

 

Analicemos el proceso. Incluso antes de salir de su casa, usted fue el receptor de una serie de mensajes provenientes de organismos privados que lo exhortaron a ser un mexicano más comprometido con una noción de moral pública que implica dar dinero de manera constante a las empresas, como si se tratara de una especie de impuesto. Se puede argumentar que a diferencia de los gravámenes, nadie nos obliga a dar nada, pero lo cierto es que se construye un contexto en el que casi es imposible abstenerse. Muchas veces simplemente resulta más práctico aceptar el redondeo y evitar que el cajero salga a buscar cambio o nos arruine el día con un gesto desaprobatorio a causa de nuestra supuesta tacañería. Peor: pareciera que la protección de ciertos mínimos otrora responsabilidad de Estado ahora ha pasado a ser  labor de las organizaciones, muchas de las cuales actúan como benefactoras económicas y gestores sociales. Éste es un viraje en el orden socioeconómico; una redefinición misma de la concepción existente de las políticas públicas. Las fronteras entre los derechos y las obligaciones se tornan confusas. El fenómeno es universal. En meses recientes, en el contexto de la crisis española, varios corporativos han establecido estrategias agresivas para evadir legalmente el pago de impuestos. Su argumento: no confían en el gobierno y prefieren orientar ese dinero hacia acciones filantrópicas en las que, aducen, gozan de un mayor control de fiscalización y rendición de cuentas. ¿Las empresas deben actuar como nuevos Estados? Esta es una deformación peligrosa de la RSE cuya discusión abordaremos en futuras entregas.

 

@mauroforever | mauricio@altaempresa.com