Foto: Filemón Alonso-Miranda
La ciudad se regenera en los espacios destinados a la publicidad. Imágenes de escenarios delirantes instalados en las calles como calles en espera de víctimas que caigan enganchadas en sus banales discursos mercantiles. Algunos expertos sentencian que un cartel no fallido debe entenderse en sólo dos segundos, de lo contrario no cumple su cometido. En esto somos expertos omnívoros del spam, mensajes no solicitados en todo momento. Hans Magnus Enzensberger explica que la técnica del cartel forma parte de la industria formadora de las conciencias, es decir, que son máquinas de anunciar que evolucionan con ayuda de las nuevas tecnologías como el cine y el ciberespacio.
Al respecto, John Zerzan señala en El crepúsculo de las máquinas que la acumulación de símbolos desajustó la máquina decodificante de signos para atrofiarla hasta el nivel en que de forma “natura” y sin darnos cuenta logremos reprimir nuestra experiencia no mediatizada de lo que vemos, sentimos y pensamos para llevarnos, como alertó Sigmund Freud, a un estado de “infelicidad permanente interna”. Pone de ejemplo la historia de la novela Las partículas elementales de Michel Houellebecq en donde se captura la menguada y desilusionada modernidad en donde la clonación se convierte en Redención, con ello la civilización ha fracasado y la humanidad termina sometiéndose por completo a la dominación. “Hemos sido rebajados y empobrecidos al punto que estamos forzados a preguntarnos por qué la actividad humana se ha vuelto tan hostil a la humanidad -sin mencionar su enemistad hacia otras formas de vida en el planeta”.
Sobre este punto, Antonio Negri y Giuseppe Cocco ponen énfasis en las periferias de las zonas metropolitanas en su trabajo “La insurrección de las periferias”, donde las ven como unos “campos de concentración” del mundo contemporáneo, época en la que los poderes políticos del Estado-Nación comienzan a declinar y se ve con mayor claridad la relación que tiene con el campo, vista como una reivindicación de una identidad no cosmopolita, menos histérica, controlada por los medios de control y de resignificación de los mapas mentales de los individuos. “En efecto, los jóvenes saben lo que no quieren, pero aún no saben lo que quieren. Pero, en la insurrección de las periferias francesas o brasileñas, la fuga del campo ya diseña horizontes radicalmente abiertos y nuevos: las insurrecciones de las periferias nos muestran que los habitantes de los campo son la materia viva, la carne de la multitud de la que está hecho el mundo globalizado”.
El filósofo Paul Virilio sugiere que en algunas grandes ciudades ya los corporativos globales deciden el porvenir del mundo desde sus centros financieros, donde lo económico está por encima de la política. Algo similar ocurre en la Ciudad de México, una metrópoli donde ya casi se extinguieron las aves a causa del envenenado cielo, donde los cyborgs urbanos tejen sus hilos existenciales con pensamientos, fotografías, recuerdos, mensajes SMS y van presurosos por las calles o en el vientre de la serpiente metálica que recorre el subterráneo de la neo Tenochtitlán. Si la arquitectura de la felicidad se basa en el olvido, entonces encaja a la perfección esa tecnología del cartel, de los nanosegundos de comprensión del mundo de la ciudad spam.