La imagen era contundente. Enmascarada con un pañuelo estampado en blanco y negro, una mujer -que se presume es estudiante del CCH- lee ante las cámaras el comunicado que, ocho horas antes, les enviara la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México. En una mano, sujeta el papel del que da lectura. Con la otra pretende detener la improvisada capucha que cubre su rostro.

 

A su lado, otro de los jóvenes -presuntamente también estudiante- le sostiene un altavoz de los que, por dos mil pesos, se venden en cualquier Steren.

 

Y, ante cámaras y micrófonos, se evidencia la falla. La joven trastabilla. Tartamudea. Se equivoca y erra en la entonación del documento como si no lo hubiera leído nunca antes.

 

Los reporteros y camarógrafos la miran atentos pero, uno que otro, sonríe ante la evidente poca preparación o, en el mejor de los casos, el profundo miedo al saber que ya no hay margen a negociar.

 

Ella acaba. Acto seguido, el compañero que le acercaba el altavoz lo retoma y, de un cuaderno de espiral tamaño carta, lee la aceptación al diálogo y su disgusto no por la expulsión de sus compañeros, sino por los 12 puntos de reforma al plan de estudios del CCH.

 

Ambos, junto con ocho más, salen de Rectoría para refugiarse en la facultad de Filosofía y Letras. El chiste se cuenta solo.

 

Son 12 puntos de mejora educativa los que, según dicen, los llevó a la desesperada toma de Rectoría. Toma repudiada por los propios alumnos de la UNAM que, irónicamente, son afectados de todas formas por estos hechos.

 

Menos de 10 mil jóvenes fueron aceptados en la última ronda de exámenes de admisión a la Universidad. Nueve de cada 10 se quedó fuera. Aun así, los egresados de la UNAM se enfrentan a peores condiciones para conseguir empleo, a discriminación de patrones por su origen puma, a menores condiciones económicas al ser contratados.

 

Y aun así, miles de mexicanos vienen por un lugar de las 11 carreras Premium de la UNAM: Medicina, Derecho, Contaduría, Administración, Psicología, Arquitectura y algunas ingenierías.

 

Ahora, esos 12 puntos hablan de cosas que, en cualquier otro sitio, podrían entusiasmar. Inglés obligatorio. Educación física, orientación vocacional. Todas ellas, rechazadas por los encapuchados que tomaron Rectoría.

 

Encapuchados que, según reportes de cilindreados analistas, nada más no dejaban pasar al rector Narro, son pacíficos consumidores de mariguana y afables con los medios que no tergiversaran su actuación.

 

No, no ha de ser fácil confrontar al poder estatal que te rompe las costillas -según el dicho de uno de ellos- por la búsqueda de un ideal. Pero habría que preguntarse si es el único camino.

 

El tibio rector debía entender, desde hace semanas, que ese conflicto se acercaba. Debió negociar y conciliar con los grupos más radicales. Debió insistir en el cuidado de Rectoría. No lo hizo. Las consecuencias son para todos.

 

Ahora, se deberá esperar a la negociación -si es que la hay- el próximo jueves. Negociación que deberá recoger las preocupaciones reales y la opinión no de 30 sino de miles que, contra todo pronóstico, lucharon con todo para lograr llegar a ser alumno de la UNAM.

 

Esto, antes que una nueva realidad universitaria tome de nuevo Rectoría.