Saborear: Dar sabor,gusto y sainete a las cosas.
Diccionario de la lengua española (RAE)
“Gusto y sainete”. Elijo estas dos palabras para iniciar una charla con ustedes; una charla entre amigos; una charla que busca complicidades, diálogos, descubrimientos compartidos. Una charla que quiere encontrarle el sabor, el sainete y el gusto a las cosas: a las cosas de la vida, a las de la literatura, a las de la buena mesa, a las del pan nuestro de cada día. ¿Les gusta la idea? Los invito a sentarse conmigo a saborear manjares y palabras.
Me gustaría compartir algunos párrafos sobre el vino, ya que no hay comida que se precie que no venga acompañada de una buena copa de vino. ¡Y qué decir de su presencia en la literatura! Desde los clásicos griegos hasta la última novela de Paul Auster, pasando por Cervantes, Shakespeare, Byron, Rilke. Van estos versos de Pablo Neruda tomados precisamente de su “Oda al vino”:
VINO color de día, vino color de noche, vino con pies de púrpura o sangre de topacio, vino, estrellado hijo de la tierra, vino, liso como una espada de oro, suave como un desordenado terciopelo, vino encaracolado y suspendido, amoroso, marino…
Pero no voy a hablar del seductor, profundo y melancólico vino tinto, ni del blanco, ligero y ¿algo frívolo?, sino del fresco y suave vino rosado. Como homenaje a mi mamá y a todas las mamás que eligen ese sabor juguetón en sus copas.
¿Qué mejor, entonces, que festejarlas a ellas y al vino a través de la palabra? Comparto con ustedes estos pequeños relatos:
Dicen que la uva rosada nació un día en que los dioses se quedaron dormidos bajo un melancólico cielo de atardecer al sur de todos los sures. Los efluvios que despedían en su borrachera se transformaban en sutiles pompas de deseos.
Apareció en el neolítico, dicen. Hay una vasija que aún tiene restos de vino, dicen. En los montes Zagros. Alguien bebió de ella hace más de siete mil quinientos años. Y se acostó entonces sobre la tierra – el cuerpo en cruz, la cabeza hacia el Oriente – a soñar con millones de ojos brillantes que le contaban los secretos del universo.
Cientos de mujeres bailaban sobre uvas rubias para hacer el vino que nos alegraría en el verano. El recuerdo de otros bailes lo teñía de una nostalgia del color de sus dulces mejillas.
“En tanto que de rosa y azucena…”, había escrito Garcilaso de la Vega, y él recordaba ese poema mientras miraba a través del vino la piel suave de la mujer que lo había salvado del naufragio.
Música y paz para las almas trae en su suavidad el vino rosado. Algo de infancia antigua de mejillas arreboladas y mirada que espía a la prima adolescente de la que aún hoy continúa enamorado.
Aquel invierno juraron reencontrarse cuando fueran mayores y sus padres ya no pudieran oponerse a su relación. Sellaron el juramento con un pequeño corte en las muñecas con el que confundieron la sangre de ambos. Algunas gotas cayeron en la nieve. En la primavera, en ese mismo sitio, nació una vid de uva rosada. Ellos nunca volvieron a verse, pero cada vez que tomamos una copa de vino celebramos la eternidad de su amor.
Los invito a que sigamos platicando en nuestra próxima cita alrededor de la mesa de Gusto y sainete.
Si quieren escribirme, pueden hacerlo a gustoysainete@gmail.com Me encantará recibir sus comentarios, sugerencias, críticas y ¿por qué no? sus propias historias.
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