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La felicidad se aprende, se contagia, se traga. Se lleva en los genes, en la cabeza, en los genitales y hasta en los pies, o al menos así lo indican la variedad de estudios realizados alrededor del mundo.

 

Hace tiempo que centros de investigación de universidades como la de Harvard o Princeton ocupan amplios recursos humanos y financieros para encontrar el origen de dicha condición, interés que se suma al que ha despertado entre mandatarios y eminencias de la economía. La felicidad dejó de ser sólo un tema de discusión filosófica.

 

Ya diversas investigaciones se han encargado de determinar la limitada relación entre los ingresos y la felicidad. El dinero ayuda, pero hasta cierto punto, después del cual no tiene mayor incidencia, coinciden.

 

Un estudio de la Universidad de Princeton, realizado entre más de 450 mil estadounidenses entre 2008 y 2009, mostraba que las personas con ingresos superiores a 75 mil dólares al año no reportaban mayor felicidad emocional personal.

 

La felicidad, según otras investigaciones, está en el cerebro. Científicos de la University College de Londres revelan una interacción entre la sensación de felicidad de la gente y su coeficiente intelectual (IQ, por sus siglas en inglés).

 

Para el estudio, seis mil 870 persona participaron en la Encuesta de Adultos de Morbilidad Psiquiátrica de Inglaterra quienes pasaron un test que determinaba su IQ y completaron un cuestionario que incluía preguntas sobre su educación, salud, ingresos y situación social.

 

Los participantes debían elegir una respuesta a la pregunta “¿Qué tan feliz es usted?” entre tres variantes: “soy muy feliz”, “soy bastante feliz” y “no soy bastante feliz”. ­

 

Los resultados mostraron que los individuos que aseguraron ser “muy felices”, tenían un coeficiente intelectual entre 120 y 129, un nivel bastante alto. Sin embargo, la mayoría de los que “no eran felices” tenían un IQ de entre 70 y 79.

 

Los autores del estudio explican los resultados al señalar que una menor inteligencia se relaciona además con ingresos más bajos, peores condiciones de salud y una necesidad de ayuda en la vida diaria, factores que también influyen en la sensación de felicidad de una persona. Por el contrario, según los psicólogos, los individuos con altos niveles de IQ son capaces de encontrar una salida a las situaciones más difíciles y saben ser optimistas, ambas cualidades necesarias para ser felices.

 

Si bien el IQ influye, para el sicólogo Shawn Achor, de la Universidad de Harvard, estadísticamente, sólo 25% del éxito se puede explicar con el coeficiente intelectual, el resto de los indicadores (el optimismo, el apoyo de una red social y enfrentar el estrés como un reto) está relacionado con la felicidad.

 

El investigador, quien se ha convertido en un codiciado asesor para las empresas de Fortune 500 como Google, el MIT y la Unión de Bancos Suizos, rompe así con la teoría de que el éxito lleva a la felicidad, más bien, dice, ocurre al revés.

 

Su tesis se apoya en el llamado Estudio de monjas. En los años 90 un análisis del contenido emocional positivo en las autobiografías de juventud de más de 670 integrantes de la congregación Escuela de Hermanas de Notre Dame.

 

Un grupo de investigadores de la Universidad de Kentucky que codificó la información halló que aquéllas que escribieron más sobre estar contentas vivieron en promedio 10 años más que las que relataron emociones negativas o neutrales. A los 85 años, 90% de estas monjas estaban vivas, pero sólo 34% de las menos alegres había sobrevivido.

 

Shawn Achor, también autor del libro La ventaja de la felicidad (2010), asegura que cuando el cerebro está positivo libera principalmente dopamina, un neurotransmisor que provoca placer, y serotonina, otro que disminuye la agresión, mejorando el humor y el apego. Estas hormonas, además, encienden los centros de aprendizaje en el cerebro.

 

Las investigaciones de Achor también llegan a otra conclusión: la felicidad es una forma de vida que se aprende y se ejercita. El primer paso, dice, es dejar de ver el trabajo sólo como un medio para ganarse la vida, es también la forma en que se desarrolla, participa e interactúa con el mundo.

 

CUESTIÓN DE GÉN…ERO

 

Una investigación va más allá al concluir que, en el caso particular de las mujeres, la felicidad tiene origen en un gen: el denominado MAOA (monoamino oxidasa A). Este hallazgo publicado en la revista especializada Progress in Neuro-Psychopharmacology & Biological Psychiatry explicaría por qué, muchas veces, las mujeres son más felices que los hombres.

 

El grupo interdisciplinario de investigadores estadounidenses determinó que si bien las mujeres son más propensas a sufrir trastornos de ansiedad y de estado de ánimo a corto plazo, tienden a ser más felices a lo largo de su vida. Este gen regula la enzima responsable de degradar o descomponer la serotonina, la dopamina y otros neurotransmisores importantes en el cerebro que se relacionan con el bienestar y son, justamente, a los que se dirigen muchos antidepresivos.

 

El ‘gen de la felicidad femenina’ sorprendió a los investigadores, porque hasta ahora el MAOA de baja expresión se había relacionado con el alcoholismo, la agresividad y la conducta antisocial. “Algunos científicos incluso lo han apodado el ‘gen guerrero’ pero, al menos para el sexo femenino, nuestro estudio apunta a una cara más brillante de este gen”, explica Henian Chen, del Departamento de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad del Florida del Sur.

 

EL TAMAÑO SÍ IMPORTA

 

A propósito de la felicidad femenina, los resultados de una reciente investigación muestran una relación entre la felicidad de este sector de la población y el tamaño de los genitales de sus parejas.

 

Según biólogos de la Australian National University en Canberra, el tamaño de los genitales es uno de los rasgos anatómicos que contribuyen a seducir a las mujeres.

 

“Este tema excita la imaginación del público desde hace mucho tiempo”, observa Michael Jennions, profesor de biología de la institución y uno de los principales autores de la investigación publicada en las Actas de la Academia estadounidense de las Ciencias (Proceedings of the National Academy of Sciences).

 

Los biólogos piensan que antes de que los hombres modernos, los homo sapiens, vistieran ropa, las mujeres utilizaban el tamaño de los genitales como uno de los factores para elegir al mejor compañero sexual con fines reproductivos, pero pocos datos pudieron hasta ahora respaldar esta hipótesis, explica el especialista.

Estudios anteriores ya afirmaron que las mujeres prefieren a los hombres más altos con espaldas anchas y cadera angosta, recuerdan los biólogos.

 

Para llegar a su conclusión, los investigadores mostraron en una gran pantalla a 105 mujeres heterosexuales de un promedio de 26 años medio centenar de imágenes digitales de siluetas de hombres con diferentes alturas y anatomía, pene en reposo.

 

Ante estas imágenes, las participantes tenían que valorar, en forma anónima, el atractivo sexual que tenía cada imagen para ellas apretando teclas.

“El tiempo de respuesta de las mujeres para cada imagen fue muy rápido, de menos de tres segundos”, contó Bob Wong, biólogo de la universidad australiana Monash, un detalle que revela que la reacción es mucho más producto de un reflejo que de una reflexión.

 

Un estudio similar anterior no había arrojado conclusiones tan convincentes porque se apoyaba en una cantidad de imágenes reducida. Además, las respuestas de las mujeres interrogadas no eran anónimas.

Según la Academia Nacional de Cirugía francesa, el tamaño del pene en reposo es de entre 9 y 9.5 centímetros y de 12.8 a 14.5 centímetros en erección.

 

Si bien los argumentos de biólogos o genetistas parecen sólidos, otros investigadores afirman que la felicidad tendría relación con cuestiones más simples como el consumo de al menos tres piezas de fruta al día o el uso de zapatos cómodo, por ejemplo.

 

La ingesta de fruta y verdura, tres porciones al día o más, llena de sensaciones positivas y aumenta tu optimismo. Al parecer esto se debe a su elevando contenido de carotenoides o beta-carotenos, aunque los científicos todavía no encuentran la razón por la cual dichas sustancias ayudan a que las personas sean más felices.

 

Este fue el resultado de un estudio realizado por la escuela de Harvard de Salud Pública, donde se analizó la sangre de casi un millar de estadounidenses de ambos sexos de entre 25 y 74 años.

 

Pero si  los carotenoides o beta-carotenos resultan suficientes, también podían contribuir a alcanzar la felicidad otras sencillas prácticas como escuchar música, ser amables con los demás, usar zapatos cómodos, caminar con los hombros hacia atrás y mirar hacia el frente, hacer ejercicio 30 minutos diarios como mínimo o gastar los ingresos en experiencias como cursos o viajes, más que comprar cosas.

 

Esto, según la tesis del gurú de la felicidad, como se lo conoce popularmente a Ben-Shahar, docente del curso “Mayor felicidad” de la Universidad de Harvard.