Santiago Xalitzintla. Puebla. El escenario que pintan las autoridades es catastrófico: Ríos de lava bajando por las laderas del volcán, incendios, rocas incandescentes volando por el aire… Los pobladores se sorprenden con esa imagen, pero nunca la han visto, al menos en las casi dos décadas de constante actividad volcánica.

 

“Don Gregorio truena, y truena fuerte, pero nada más”, relata una mujer en la pequeña plaza de Santiago Xalitzintla, a donde ella y otros representantes de la comunidad han sido convocados por la autoridad para comunicar los detalles del Plan Popocatépetl. Confundida porque en el lugar no encuentra a nadie más se marcha rumbo a San Nicolás de los Ranchos, la cabecera  municipal, donde se realiza la reunión, según le indican  algunos militares de guardia en el lugar.

 

Debido a la lluvia, la pequeña plaza con su tradicional kiosco al centro está casi vacía y es difícil imaginar que ese sea el punto de reunión para las cuatro o seis mil personas que, en caso de emergencia, tendrían que ser desalojadas.

 

Los pocos militares que el lunes por la tarde ocupaban una oficina en el centro del lugar se dicen listos para cualquier eventualidad. Los camiones dispuestos para la evacuación no están a la vista, pero sí las unidades de las televisoras que han movilizado personal para cubrir desde ahí “la nota”.

 

Los habitantes están habituados no sólo a la actividad fumarólica del Popocatépetl, también a la presencia de personal militar y de protección civil, sobre todo a partir de 1994 cuando comenzó a ser más constante y a veces prolongada ante el incremento de los episodios explosivos del volcán.

 

Las imágenes de Santiago Xalitzintla y los testimonios de sus pobladores han ilustrado desde hace varios años numerosas notas y reportaje, cada vez que el Popo decide activarse. Y la amplia red de monitoreo montada a su alrededor se encarga de reportar cualquier ruido o seña que lance.

 

Ya desde finales de la década de los años 80, los habitantes de las comunidades aledañas atestiguaron la llegada de personal y equipo a la zona. En 1987 la UNAM instaló la estación sísmica de Altzomoni, a cuatro kilómetros de Paso de Cortés y a 11 kilómetros al norte del cráter. Dos años después instaló otra estación sísmica a sólo cuatro kilómetros al norte del cráter.

 

La emisión de ceniza de aquel 21 de diciembre de 1994, la primera en cerca de 70 años, según el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) inquietó a la población y algunos poblados cercanos incluso fueron evacuados. Desde aquella fecha las escenas han sido recurrentes.

 

En medio de la presencia de los medios de comunicación y el personal militar, de Protección Civil, habitantes de los municipios procuran mantener su vida “normal”. Cuando se les pregunta relatan los episodios previos: los ensayos de evacuación, la resistencia de algunos, que por si acaso advierten que no dejarán sus casas por temor al saqueo, y el llamado de las autoridades a estar siempre alertas.

 

Las “huellas” de esta actividad se notan en los señalamientos que indican las rutas de evacuación. Los nuevos letreros se colocan a poca distancia de “los viejos”, las instrucciones, en algunos casos, se contradicen, como ocurre en una intersección a la entrada de Santiago Xalitzintla.

 

En los casi 19 años de actividad volcánica las cenizas del Popocatépetl  han alcanzado las ciudades de Puebla y de México y poblaciones más distantes como Querétaro y Veracruz. Los fragmentos incandescentes lanzados por las explosiones han llegado a casi cinco kilómetros de distancia del cráter y a unos 3.5 kilómetros de las poblaciones más cercanas.

 

En dos ocasiones la actividad del volcán ha presentado flujos piroclásticos y lahares, es decir, nubes ardientes que llegaron a Santiago Xalitzintla, quizá la comunidad más habituada y resignada, cuenta un empleado del DIF, quien en repetidas ocasiones ha sido convocado para participar en los preparativos de un eventual desalojo.

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