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Sería increíble vivir en un mundo donde todo fuera color de rosa, lleno de amor, respeto, solvencia económica, salud… Sin embargo hay muchos factores que resolver, entre ellos, un tema prioritario: el sobrepeso y la obesidad que afectan a la población, quitándole lo rosa a muchas facetas de la vida.

Tema del que continuamente escuchamos y ante el que tenemos mucho por hacer.

Las cifras y costos derivados de este mal, son alarmantes: 70% de la población mexicana presenta un exceso al enfrentarse a la báscula. Por ello, en 2008 México gastó 42 mil millones de pesos para cuidar y tratar esta enfermedad. La secretaria de Salud, Mercedes Juan López, advirtió que si la incidencia continúa creciendo, podría costar 101 mil millones de pesos para el 2017.

Según datos aportados por la OCDE, México ocupa el segundo lugar mundial en obesidad, sólo superado por Estados Unidos.

¿Por qué es un asunto tan serio? ¿Por qué resulta tan costoso para el gobierno? ¿Por qué digo que le puede quitar lo rosa a la vida? Sobrepeso y obesidad son factores de riesgo para diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer, entre muchos otros padecimientos. Además, puede derivar en infertilidad, inseguridad emocional y cambios de humor. Es una pandemia no infecciosa que continúa sin ser frenada y acorta hasta en siete años la esperanza de vida.

 

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  • De 1970 a la fecha, el consumo de kilocalorías ha incrementado en 15%.
  • En ese lapso, el tamaño de porciones se ha duplicado.
  • Los alimentos hoy son más procesados y contienen mayor cantidad de kilocalorías.
  • El desarrollo del sistema de transporte público, la televisión y el surgimiento de comercios cercanos a toda ubicación, han resultado en menor actividad física y por lo tanto mayores niveles de sedentarismo.

Y es que no imaginamos que con sólo consumir 100 kilocalorías más al día (equivalentes a una barrita de cereal, 1 plátano o 1.5 tortillas), subimos 5 kg en un año y 6 kg en media década. ¿Y si se ingieren 500 kilocalorías más al día? Entonces ya hablamos de alguien condenado a obesidad, quizá a diabetes, en casos extremos a infarto o cáncer, y en situaciones más dramáticas en morir al menos siete años antes.

¿Qué hacer?

Debemos empezar por crear conciencia y elegir alimentos sanos, y es que somos lo que comemos.

  • Elegir verduras, frutas, legumbres, frutos secos, semillas, antes que alimentos procesados como dulces, galletas o pan dulce.
  • Sustituir la grasa saturada encontrada en alimentos como mantequilla, queso, leche entera y helado, por grasas insaturadas encontradas en aguacate, aceite de olivo o nueces.
  • Realizar 30 minutos de ejercicio diariamente. Suena difícil, pero todos tenemos disponible media hora al día. Esto se ve reforzado por renunciar al elevador y utilizar escaleras.
  • Diferenciar entre hambre y ansiedad. Comer lo que pide el cuerpo, no lo que sugiere la mente o exigen las emociones.
  • Cuidar las porciones. Si no sabemos medirlas, es mejor acudir con un nutriólogo no para perder kilogramos, sino para aprender a comer.
  • Entender la relación entre obesidad y consumo de alcohol.
  • Reemplazar los alimentos fritos por horneados, asados o al vapor.
  • Asumir el sobrepeso como un problema que afecta no sólo la calidad de vida, sino también nuestra economía.
  • No saltarse el desayuno. Dejar de comer no es estar a dieta, sino desacelerar nuestro metabolismo y no queremos que eso suceda (además, quien llega a comer o cenar con más de seis horas de ayuno, suele ingerir más del doble de las kilocalorías requeridas por el organismo).

Decir que la comida mexicana es engordante y causante de esas cifras de obesidad, es en realidad no querer conocer a plenitud una de las gastronomías más espectaculares y variadas del mundo. Se puede comer mexicana y sanamente. Depende de unas cuantas decisiones en la cocina y en la mesa.

¿101 mil millones de pesos en el 2017 para tratar males derivados de la obesidad? Mejor actuemos ahora.

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