El sonido de The Vaccines, un híbrido que mezcla la ligereza, simplicidad y fácil asimilación del buen pop, con tintes de que recuerdan al punk inglés, parece ser fórmula exitosa entre el público mexicano que, por segunda vez, los recibió calurosamente. Una velada enérgica y emocionante en el José Cuervo Salón como testimonio de su popularidad en ascenso.

JFCP-THEVACCINES

A los primeros acordes de “No Hope” le siguieron los gritos eufóricos del los espectadores, que no se preocuparon por cuidar sus gargantas para desgarrarlas sin tregua. Con Freddie Cowan en la guitarra, Justin Young en vocales y guitarra, Pete Robertson en la batería y Arni Arnason en el bajo, la noche comenzaba a sonar prometedora. Muestra de esto eran las cabelleras revueltas –y perfumadas— que ya se sacudían intermitentemente al son de “Wreckin’ Bar (Ra Ra Ra)”, sin permitir que el primer encuentro de adrenalina se extinguiera.

Camisetas de ídolos de rock plasmadas en textiles de marca, bailaban al son que sus portadores les indicaban, víctimas de sus propios cuerpos, quedando a merced de las ondas musicales que salían del escenario. El estilo tal vez contradictorio de The Vaccines se traslada a las características del público que acude a verlos. Una especie de rock popero que aspira a un punk que no logra consumarse como tal por ser demasiado civilizado. Sonido agradable y familiar que, a momentos, recuerda a The Editors o Arcitc Monkeys.

Para cuando la batería de Robertson, secundada por la guitarra de Young, comenzaba a taladrar “Teenage Icon” el recinto, que antes se cubría con los instrumentos de la banda, ahora quedaba invadido por los cánticos y gritos del público, provocando gestos de asombro entre los músicos. La energía subía a medida que el setlist avanzaba y cuando la agitación comenzaba a aflojar, una canción reconocida garantizaba el próximo frenesí entre el público.

La energía que filtraba la banda era transformada por los asistentes que acogían las bromas de Young y las sonrisas cautivadoras de Freddie. Estribillos fáciles de corear por lo repetitivo de las letras, llevaron al público a entonar prácticamente todas las canciones del cuarteto. Para cuando llegó “All in White”, momento climático del concierto, la energía y las voces ya viajaban aceleradas.

“La voz de Young –que a veces suena como Paul Banks de Interpol—entonaba “Melody Calling” que sorprendió por su novedosa aparición, y algunas otras como “Ghost Town” y “Blow It Up” caldeaban el ambiente para que “I Always Knew “ sonara.

Antes de que el público pudiera reparar en la hora, el reloj ya lo había traicionado. 18 canciones cantadas como testimonio del tiempo transcurrido. “Bad Mood” rompió con la expectación nerviosa que había producido el encore. Y con “Nørgaard” a manera de adiós y una ondeada a la bandera mexicana, el cuarteto londinense se despedía del público que no paraba de sonreír. En sus caras, se enmarcaba la satisfacción de quien ha pasado un buen rato, liberando endorfinas; vacunados contra el estrés y el aburrimiento rutinario.