Bernardo Bertolucci regresó al Festival de Cannes con una versión en 3D de la épica “The Last Emperor”, pero lejos de pensar que el cine de calidad es cosa del pasado, mantiene la ilusión en la industria asegurando que esta “encuentra su identidad con cada (nueva) gran película”.
Para él, anoche ese gran filme fue el suyo, que se proyectó restaurado dentro de la sección “Cannes Classics”, pero “podría haber sido cualquier otro”, según reconoce, en caso de que lo hubiera visto.
Ante un grupo de periodistas internacionales, desde su silla de ruedas, reconoció haber disfrutado al acercarse con otra mirada a su propia obra.
“Me emocionó mucho verla de nuevo. Me sorprendió la cantidad de trabajo que vi en la película por parte de todo el mundo, desde el diseño de producción a la fotografía o el vestuario”, indica sobre “The Last Emperor” que le valió nueve óscares.
Dijo no estar en contra de las nuevas tecnologías, pero se alegró de no haberlas tenido a mano cuando la rodó, en 1987: “No tuve la tentación caer en ese tipo de circo de efectos banales, con comida china que va hacia tu cara. No hay nada de eso, sino una discreta sensación de estar dentro, con los personajes”.
Con un hablar pausado y mezclando en sus respuestas en inglés expresiones en francés, Bertolucci (Parma, Italia, 1941) admitió, no obstante, que espera mucho de las posibilidades que ofrece la técnica, aunque él acabe en sus rodajes volviendo a los tradicionales 35 milímetros.
Confesó que intentó rodar “Io e te” (2012) en tres dimensiones, pero “cada vez que cambias una lente o la posición de la cámara tienes que esperar tres o cuatro horas, y era demasiado para mí”, y después de otro intento fallido con lo digital, claudicó hacia ese otro formato.
Pero no es el “único desesperado”, según admite bromeando, que ha caído en los cantos de sirena de las tres dimensiones.
Jean-Luc Godard, Peter Greenaway y Edgar Pêra presentan también en Cannes, dentro de la Semana de la Crítica, tres cortometrajes en los que exploran las 3D y cómo afectan a la percepción del público, y Wim Wenders revolucionó ayer La Croisette con otro corto, en este caso un anuncio protagonizado por Liv Tyler.
El cineasta, que alcanzó la popularidad y el prestigio con “Ultimo tango a Parigi” (1972), señaló que más allá de los recursos utilizados, le gusta “lo que sea nuevo, en caso de que lo sea, porque no siempre lo joven significa nuevo en la actualidad”.
No dijo nombres, pero cree que “hay unos pocos directores que mantienen el tipo de investigación que se ha dado siempre en el cine”, ese que aparte de contar una historia, tiene otra detrás, “la de su propio estilo”.
“Recuerdo en 1965 leer lo que dijo (Jean-Luc) Godard, que el ‘travelling’ es una cuestión de moral, y me gustó eso, porque era verdad”, apuntó sobre una reflexión que alude al poder de decidir no sólo lo que ve el espectador, sino la forma en la que ese contenido se le ofrece.
Su trabajo siempre ha sido, según confiesa, el “saber retratar”, y con ese objetivo en mente ha intentado en su laureada carrera hacer películas “de muy diferente rango, saltar de un proyecto a otro, de uno intimista a uno espectacular”.
Asimsmo, aseguró que su actual inmovilidad física no le impide seguir haciendo planes, porque esa limitación es obvia, pero menos aparente de lo que se podría pensar.
“Nunca he ido a una maratón, pero (esta silla) puede ir bastante rápido. Tiene muchas opciones”, finalizó.
El proyecto más inmediato de Bertolucci, que en 2011 recibió en Cannes la Palma de Oro de Honor, será presidir el jurado de la sección oficial a concurso del 70 Festival Internacional de Cine de Venecia, que se celebrará del 28 de agosto al 7 de septiembre.
Ese certamen anunció que lo había escogido por su larga experiencia e inagotable curiosidad, y él respondió hoy, por su parte, que espera no solo disfrutarlo, sino descubrir también “cinematografías de países misteriosos que no conocemos”.