Es curioso pensar en rosa porque aparentemente está por todos lados: en la ropa de las niñas, el lipstick y hasta el pepto bismol, pero el rosa no es un color común en la naturaleza; aunque si pudiéramos mirarlo, se nos presenta todos los días por apenas unos instantes al amanecer y al anochecer en un escenario ciertamente amplio como para considerarlo.
Otras de sus apariciones llaman la atención a fines de febrero en los árboles de macuil en Oaxaca y en el florecimiento de los cerezos en climas fríos donde tiene una presencia efímera en sus flores que a los pocos días forman un tapete que uno no se atreve a pisar.
Y aunque para nosotros no representa mas que un color en la paleta extraordinaria de nuestra biodiversidad, para los japoneses por ejemplo, estas flores simbolizan la muerte del samurái en la plenitud de su vida, con una connotación marcadamente masculina para nuestra sorpresa.
Desde las mejillas sonrosadas que denotan vergüenza, las tiernas rosas rosas que nos regalaron en la secundaria (con eso de no comprometer), hasta el típico vestido de princesa, el rosa tiene una gama amplísima de significados listos para ser usados por el artista para comunicar algo.
La asociación inconsciente de imágenes para el rosa y todas sus tonalidades, nos hace que paradójicamente estemos frente a un color poderoso como pocos pues genera un juicio previo que el artista aprovecha para provocar, para comunicar, o incluso para disimular. Podría insinuar ternura pasando por lo intimo y frágil hasta un franco desprecio dependiendo tanto de una historia personal como del marco cultural en el que se encuentre el observador y el creador, quienes finalmente juntos generan la obra.
Siendo todos los colores tan solo ondas de luz con frecuencias específicas, es curioso que no existe una como tal que corresponda al rosa, por lo cual hay quien llega a afirmar que el rosa es una invención, que es el nombre dado a algo que estrictamente no puede existir naturalmente, solo un esfuerzo de nuestro cerebro por mezclar las longitudes de onda del rojo y el violeta.
Lo anterior ya me parece un tanto extremo, pues bien, pensando en Rosa y Arte, no podemos dejar de referirnos al oaxaqueño universal, el maestro Rufino Tamayo que incluso creo su propio “rosa Tamayo”, y que ni más ni menos, liberó al arte de México de una pesada carga política y lo lanzó a mirar la riqueza cultural de un pueblo que come, se viste y sueña con colores brillantes y figuras que parecen fantásticas pero que basta con visitar un mercado de su Oaxaca para ver que son reales.
Entonces en este mes en que las imágenes de la maternidad inundaron los contenidos, los invito a mirar los colores y a sentir la emoción que les generan, deseando que el rosa les remita a la ternura y la fragilidad de lo que no dura para siempre.