Halley, la ópera prima de debutante Sebastian Hoffmann, resulta en una película que desafía toda clasificación. No se trata propiamente de una cinta de horror, aunque su protagonista es una suerte de muerto viviente que deambula por las calles de la Ciudad de México; su ritmo la podría ubicar dentro de la siempre engorrosa categoría de “cine de arte”, aunque su temática, más cercana a lo fantástico, la convierte en una pieza difícil de etiquetar.
La cinta replantea, en cierta forma, el mito zombi (tan popular en nuestros días) para situarlo en un ambiente real: ¿qué pasaría si el cuerpo de una persona se fuera degradando pero sin perder nunca el último resabio de vida?, o dicho de otra forma, ¿cómo se experimentaría el decadente proceso de ser un muerto viviente?
Con una clara influencia del Cronenberg más clásico, Hoffman nos muestra la extraña situación de Alberto (Alberto Trujillo en una actuación auténticamente perturbadora), un vigilante que presta sus servicios para un gimnasio que opera las veinticuatro horas del día en la Ciudad de México. Beto -como lo llaman en su trabajo- ha comenzado a sentirse débil, le aparecen horribles llagas por todos lados, se le caen las uñas, su cuerpo -literalmente- se está muriendo aunque él, sigue vivo.
Cada vez más exhausto, con el paso lento, sin saber a ciencia cierta qué le ocurre pero con una resignación de quién espera el final, Beto decide renunciar a su trabajo. Su jefa, la siempre optimista Silvia (genial Lourdes Trueba) acepta no sin antes ofrecerle ayuda, pensando que lo suyo se trata de una grave enfermedad terminal. Así dará inicio una especie de amistad que se debate entre el optimismo a ultranza de Silvia y la moribunda soledad de Beto.
Escrita a cuatro manos por Julio Chavezmontes y el propio director, la cinta se beneficia de un fino humor negro que se esconde en la sutileza de su guión: desde el hecho de que Beto trabaje en un lugar donde se rinde culto al cuerpo (el gimnasio) mientras el suyo se degrada feroz y horriblemente día a día, hasta aquella secuencia (la mejor de toda la cinta) donde el moribundo protagonista termina por error en una morgue luego de desvanecerse en la calle y ser confundido con un vil cadáver.
Pero todo este número sería un fracaso absoluto de no ser por las actuaciones tan precisas de sus protagonistas, especialmente la de Alberto Trujillo, quien se sometió a rigurosa dieta (bajó 20 kilos) para encarnar a este personaje tan disminuido física como emocionalmente. Todo esto se acompaña de un soberbio diseño de producción donde destaca el maquillaje a cargo de Adam Zoller.
No obstante lo original de la trama, el montaje sufre de un ritmo excesivamente pasivo (sobre todo en la primera media hora de cinta) que si bien tiene una justificación más que plausible (la parsimonia y lentitud de su personaje principal), exige demasiado al público que no sea adepto al cine pausado y contemplativo.
La paciencia del respetable al final se verá recompensada en esta cinta que no sólo es sumamente original sino que está bien armada y mejor concebida. Un relato de horror y reflexión sobre aquellos que sufren la peor de las condenas: estar muertos en vida.
Halley (Dir. Sebastian Hoffman)
3 de 5 estrellas.
Con: Lourdes Trueba, Alberto Trujillo entre otros.