En 1995, como muchos otros mexicanos, debido a la crisis, mis papás tenían 2 carros que nos hacían acudir frecuentemente al mecánico. Conocido como “El Güero”, un chaparrito simpático, muy platicador, alcohólico, con 3 talleres en distintos puntos de la ciudad y una mujer encargada de cada uno de ellos con las que tenía uno o más hijos. El negocio y patriarcado le funcionaban bastante bien, tenía empleadas y aprendices sin sueldo ni prestaciones.
En una de esas tantas visitas a uno de sus talleres, me puse a platicar con uno de sus hijos, mientras éste le metía talacha al coche. Era un chico de 8 años quien en la plática me contó que estaba por cumplir 9. Le pregunté que qué quería de cumpleaños, luego de pensarlo contestó: “Pues ya ni sé, es que todo tengo: patineta, balón, Nintendo y bici, ya no necesito nada más”. La anécdota desde entonces se volvió una enseñanza de vida para mí, me pareció increíble (y aleccionador) como alguien quien pudiera ser visto por muchos con lástima dada su situación, sentía que en esta vida no necesitaba nada más para tener un “cumpleaños feliz”.
Quizá esto de alcanzar la felicidad a muchos les suene frívolo o muy subjetivo. La verdad es que desde la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, el derecho a buscar la felicidad, quedó consagrado en muchas constituciones como un Derecho Humano fundamental. Es decir, el Estado, debe promover y facilitar el que todos sus habitantes alcancen un nivel de satisfacción en su vida y en las diferentes dimensiones que la componen, incluyendo la salud, la seguridad, la libertad y el trabajo. De esta manera también, se puede medir el progreso de la sociedad.
Con base en esto, un lejano país como Bután, ha decidido reconocer la supremacía de la felicidad nacional por encima de los ingresos nacionales, desde principios de los 70, cuando adoptó el concepto de un Índice de Felicidad Nacional Bruta para sustituir al Producto Interior Bruto (PIB) y con esto, enfocar las políticas nacionales en buscar la satisfacción plena de todos sus habitantes más que en los logros económicos. Los indicadores que mide este índice son la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno. Cosas, que a ojo de buen cubero, son difíciles de alcanzar, pero que claramente nos hablan de una especie de “sociedad ideal”.
Esto no quiere decir que la gente más feliz del mundo viva en Bután, ahí, simplemente se han dado a la tarea de buscar cómo medir de manera objetiva algo que sin duda, todos, de alguna u otra manera, queremos alcanzar. El hecho de reconocer que lo que realmente importa no es la satisfacción de las necesidades económicas únicamente sino una serie de factores que van más allá de esto, nos da la pauta para poner la felicidad en términos más serios y menos ilusorios. Se vuelve entonces algo más palpable.
Incluso, desde hace algunos años, El informe Happy Planet Index usa la esperanza de vida, la percepción del bienestar y la huella ecológica como indicadores para medir la felicidad media de los habitantes de cada país, y así obtener la lista de los países más felices del mundo, en cuya última medición, México ocupa el lugar 21 de 151 países.
Por su parte la encuestadora Gallup, mide también el nivel de “sentimientos positivos” de los habitantes de distintos países y encontró que no guardan relación alguna con los ingresos económicos ni mucho menos con el PIB. Así que, con esto podemos confirmar que la verdadera felicidad, la debemos buscar en otro lado.