La mejor manera para iniciar una historia es con un cadáver y qué mejor que este pertenezca a una joven, casi niña, en plena adolescencia. Descubierta en los parajes más sombríos, a las afueras de las ciudades, en callejones insalubres, con signos de violencia sexual, tortura y brutalmente asesinada han sido las constantes en muchas películas y series de televisión de crimen y misterio, que han logrado ser muy exitosas entre la audiencia.
El silencio de los inocentes (The silence of the lambs); la serie televisiva El asesinato (The Killing) y la alucinante Twin Peaks de David Lynch vuelven una y otra vez sobre el misterio de la muerte violenta de una joven que aparentemente tenía una vida pacífica, sana y fuera de peligros y que por lo tanto no tendría por qué haber corrido tal riesgo.
Es a lo largo de la trama de estas historias que se van acomodando las piezas del rompecabezas que permiten descubrir las posibles motivaciones del asesinato, l@s sospechos@s y principalmente la historia personal de la joven, sus intereses, amistades, actividades y conflictos, los cuales suelen evidenciar que la adolescente se encontraba envuelta en prácticas y/o relaciones que son consideradas de riesgo o que se encuentran en las márgenes y por lo tanto culturalmente reprobables para una joven mujer, como son el consumo de estupefacientes, el sexo servicio, las apuestas, lo que deviene en una culpabilización de la víctima, pese a que se conoce el trágico fin de la joven.
En un afán por crear más aristas dentro de la historia, y lograr escarbar dentro de los personajes más cercanos a las víctimas se llega a mostrar que las jóvenes no eran “tan buenas como aparentaban” también ellas eran partícipes activas del consumo de estupefacientes, tenían hábitos peligrosos y se vinculaban con hombres problemáticos y fuera de la ley que al final fueron sus verdugos.
El culpabilizar, ya sea de manera más explícita o sesgada, a las jóvenes Rosie Larsen en El asesinato y la mítica Laura Palmer en Twin Peaks, no permite ver del todo la cruda corrupción en que las jóvenes están insertas, no por decisión propia, sino muchas veces por una incipiente curiosidad o por el azar, que las llevó a adentrarse a ámbitos que suelen considerarse arriesgados y que por el simple hecho de entrar en esos ámbitos merecen un castigo letal.
Pero ¿qué hace que las sociedades fantaseen con la cautividad, violación y muerte de mujeres jóvenes? y sobre todo ¿por qué culpabilizar a las víctimas?
Si lo pensamos bien, una mujer llevada en contra de su voluntad es una de las narraciones más populares de la humanidad. Ya sea que esté obligada a casarse, sea violada o atormentada, la cautiva aparece en los cuentos persas, las leyendas artúricas, y las grandes epopeyas griegas y romanas.
Es un elemento básico de todas las formas de arte y productos culturales, desde las pinturas de los grandes maestros a las historias verdaderas del crimen, desde sonetos a las series de televisión. Mitos de mujeres secuestradas y violadas: Perséfone secuestrada por Hades, Europa por Zeus, y Helena por Paris.
Pareciese que la cultura crea y reproduce las representaciones de mujeres cautivas y violentadas envueltas en un halo de misterio, en vez de evidenciar a los agresores y hacer claro los abusos a los que se ven sujetas sin culpabilizar a la víctima. La culpabilización de las víctimas es tan absurda como decir que no vamos a salir a la calle porque irremediablemente nos van asaltar violentamente y que en el caso de que suceda, el abuso se generó por nuestra “irresponsabilidad” al conocer de antemano los riesgos de las urbes, y que por lo tanto hay que encerrarse dentro de nuestros hogares, sin tomar en cuenta que muchas de las veces el peligro está dentro de casa.