Es de madrugada en algún lugar del puerto de Veracruz. Golpes insistentes suenan en la puerta del cuarto de hotel donde se alojan dos verificadores de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco). Adormilado, uno de ellos abre y una avalancha de golpes lo tumba al piso junto con su compañero, que ha acudido en su auxilio.
Concluida la golpiza, una voz les advierte: “Tienen media hora para largarse de aquí. Y si no se van, se mueren”.
Los verificadores no lo piensan dos veces, atribuyen la golpiza como represalia por haber inmovilizado unas básculas de más de cinco toneladas que estaban mal calibradas.
Temerosos y magullados, toman sus pertenencias y escapan en el vehículo oficial. Pero la noche aún no termina. Ya en carretera, un auto los alcanza y les cierra el paso. Son ellos. “Ahora no se van. Mi jefe quiere hablar con ustedes”, les explican y los presentan con el jefe de los criminales, que los deja ir con la advertencia de que no regresen.
Y no volvieron, porque al regresar a su oficina renunciaron.
“Por fortuna, no les hicieron más daño y los dejaron ir”, asegura José Eduardo Ramos Mejía, director de Verificación de la Profeco, quien comparte historias sufridas por los verificadores -que no inspectores- de la dependencia.
Esta historia resume la suerte del personal de inspección y verificación de la Profeco.
En el país hay solamente 300, repartidos en todo el país y entidades donde están desprotegidos: apenas dos de ellos.
De acuerdo a las cifras, al menos 30% de ellos -casi un centenar- ha sido amenazado, golpeado, desterrado u obligado a emigrar para salvar la vida propia y la de sus familias, por un salario que oscila entre los seis mil y los 16 mil pesos mensuales, informa Ramos Mejía.
-Es un trabajo de alto riesgo-, insiste, el mayor de ellos lo corren quienes verifican las gasolineras.
El modus operandi tiene una constante:
-Los alcanzan a media carretera y los bajan y golpean, gente del crimen organizado.
-¿Problemas de corrupción?
-No, los verificadores no son proclives a la corrupción-, acota.
-¿Le han matado a algún verificador?
-Por fortuna no…
Las narraciones causan escalofrió. Otra: En Guadalajara, Jalisco, un grupo de verificadores ingresa a comer a un restaurante dejando siete camionetas oficiales estacionadas en la calle. Al concluir la comida encuentran rotos todos los vidrios de sus vehículos, de donde los criminales han sustraído equipo de cómputo y documentos oficiales.
La culpa es de los halcones:
-Ellos avisan y cuando los verificadores llegan al comercio, los reciben a golpes o con amenazas.
Ramos Mejía remata la entrevista:
-La labor de la Profeco se ha convertido en una tarea de alto riesgo, porque el crimen organizado vende protección a los comerciantes.
DATOS
300 verificadores hay distribuidos en todo el país
Tres de cada 10 han sufrido amenazas y agresiones
Entre 6 mil y 16 mil pesos mensuales percibe un verificador