Luis Artemio Figueroa Zamano (Dj Luxxx, Justiciero del Ritmo) es uno de los conceptos artísticos-musicales que vienen remando desde el kitsch ochetentero y los postconceptualismos noventeros y se inserta en ahora en una parte de la escena experimental, transdisciplinaria y subterránea de la ciudad de México.

 

Considera que el arte con la música se vinculan desde una función de religiosidad pagana, hereje blasfema y exótica, “de existencia maldita, de herencia bendecida por la noche y apadrinada por la fiesta y las substancias… reflexión sagrada a un volumen desquiciante; imagen de tiempo y oscuridad, recuerdos mezclados con cantos, ritmos y actitudes, conceptos intoxicados de incesantes bailes rituales, ceremoniales personales, con estupideces colectivas, noches sin dormir, días y años de necedad constante que nunca se detendrá”.

 

 

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Dj Luxxx estudió la carrera de artes visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y lleva más de dos décadas construyendo una obra en la que, vida personal y labor creativa, se han fusionado en su obra. “El Justiciero del ritmo” define su música como una cultura “masticada y vuelta a eructar, herencia infinita, éxitos sonoros, memoriales editados, análogo o digitalmente, consuelos de todos, canciones en todas las vidas como parte de una selección musical incansable”.

 

“En este lado o el otro, es este track list, soundtrack de existencias que se llenan, con momentos de sonidos y recuerdos rítmicos, místicos, creando historias fantásticas que atraviesan el tiempo”, dice, “apoderándose de nosotros como fantasmas que siempre están ahí, que se crean una y otra vez, en este ritual eterno que nuca se detiene, que nunca se calla, que nunca deja de suceder”.

 

Es miembro fundador de Sonido Apokalitzin, proyecto de investigación musical que se combina con la presentación de instalaciones en todo tipo de foros en México y el extranjero, alcanzando gran notoriedad en el panorama del arte mexicano. A partir del 99 incursiona en la producción de arte para filmaciones, trabajando como director de arte, decorador, escultor y muralista en producciones mexicanas y extranjeras, así como en comerciales, videoclips y películas independientes.

 

En 2010 cuando comienza con la investigación, acopio y presentación de un proyecto que se ha volcado en rescatar, ordenar y compartir con la audiencia viejas grabaciones de acetatos de vinyl, exquisitas rarezas musicales, música que aún no han sido editada en discos compactos.  Se ha presentado en Museo de la Ciudad de México, el Zócalo de Cuernavaca, la plaza de Jalatlaco, en Oaxaca; San Francisco, Los Ángeles; Holanda; en alguna inauguración de libros, películas o exposiciones de pintura; fiestas patronales o festivales de bajo presupuesto; Lugio, una y otra vez, hace suyo el escenario con su estrombótico, barroco y kitsch performance musical titulado Sonido Apokalitzin.

 

 

Detrás de unos audífonos gigantes, enfundado en playeras serigrafiadas con frases irrelevantes con infaltables lentes con diseño tipo gogles saca de una caja repleta de discos piratas, comprados en cualquier puesto ambulante de la Ciudad de México, verdaderas joyas musicales las cuales coloca, una tras otra, en su reproductor de cidis, hasta generar una atmósfera donde las canciones en español y sonidos latinos se convierten en petardos que incendian la pista de baile hasta convertirla en una verdadera bacanal de ritmos. Ritual fiestero de bailes y ritmos alocados, en ambientes intoxicados; presentación de símbolos y fetiches de la noches de las mil fiestas; locura interminable, ferviente religiosidad compartida, culto colectivo milagroso y poderoso­ son las noches de Sonido Apokalitzin.

 

 

Ayer por la noche presentó una exposición individual en la Galería Anomalía, ubicada en la parte trasera de un conjunto de pequeñas casas-bodegas convertidas en oficinas en la zona de las Lomas de Chapultepec, en la cual le rinden culto a la música mediante pequeñas instalaciones conformadas como altares de aspecto callejero, construidos de todo tipo de fetichería pop/popular, compradas en mercado sobre ruedas, tianguis; encontradas en la basura o tirados en la calle.

 

 

Es un homenaje visual y auditivo en el que Luigio reconoce a los dioses, a los santos que forman parte de la ceremonia musical, “del milagro divino que es el existir y ser acompañado en el camino de la vida, por una musicalidad mágica y milagrosa”. Es la veneración total de la obra plástica-poética-auditiva, como describe al  conjunto de estos 11 altares,  realizados con luces de neón y plásticos fluorescentes, donde se encuentran los rostros de Rigo Tovar, Pérez Prado, Juan Gabriel, entre otros ídolos de culto popular, enmarcados en cajas de arte que remiten a esos fetiches y objetos de  consumo local.