Leyeron bien: reciprocar. Esta es la reciprocidad en acción, su verbo. Sé que se oye (lee) raro… Es preocupante lo subestimado que es este concepto, dado el enorme potencial que tiene para encauzar las relaciones humanas. Me atrevo a sugerir que vivir – asumir – la reciprocidad en sentido positivo ofrece una posibilidad que sí funciona para corregir una serie de malos hábitos y, con ello, contribuir aunque sea un poco a mejorar la forma en que vivimos – así, en la primera persona del plural – en nuestro hermoso país y en el mundo. Me gustaría enfatizar que me refiero a ejercer la reciprocidad en sentido positivo, nunca enarbolando la Ley del Talión – “Ojo por ojo, diente por diente” – o para desquitarse de algún mal recibido con otros, sean o no causantes de dicho mal.

Aunque enfrente el riesgo de que esta columna – al igual que su servidoryamigo (yo) – sea catalogado como de autoayuda (cosa que, desde mi punto de vista no es un elogio), me doy a la tarea de sugerir que usemos, todos, la reciprocidad como un catalizador inmediato de transformaciones sociales.

Ha sido demostrado por la experiencia – la relativamente nueva corriente llamada Psicología Positiva – que los “actos aleatorios – frescos – y sistemáticos de generosidad y sencillez desencadenan una cascada de efectos positivos. No solo hace al actor sentirse como generoso y capaz, sino que nos da una mayor conexión con los demás y nos hace acreedores de sonrisas, aprobación y actos de reciprocidad.” Lo anterior sucede de manera paralela a una sensación, a un nivel de bienestar y de paz personal en el que detona esta cadena.

Se ha demostrado, por ejemplo, que reciprocidad, aunque sea por un periodo corto. Lo mismo sucede cuando las personas que van a algún centro deportivo cierran la llave del agua al enjabonarse el cuerpo (aquellos que sí se enjabonan) en un baño donde hay más personas bañándose, o cuando cierran la llave del agua cuando se rasuran o lavan los dientes… Las personas en las regaderas o lavabos vecinos reciprocan (reproducen, imitan) esta conducta.

Otro ejemplo puede verse en Avenida Reforma. Cerca del Ángel de la Independencia, hay unos pasajes a media avenida para el cruce de peatones. Es triste ver que, aunque se haya puesto el alto en el semáforo siguiente, los autos siguen circulando sin respeto alguno por los peatones que pretenden cruzar. Si tan sólo un auto se frena para dejar pasar a los peatones, por arte de magia los coches en los carriles vecinos detienen su trayecto y reproducen la acción del primer auto.

Un ejemplo más: Es común que una persona conduciendo un auto continúe en la misma dirección, aunque se haya dado cuenta de que la luz roja del semáforo apareceré antes de que ella o él hayan terminado de cruzar la calle (y con ello obstruyendo el tránsito perpendicular, generando un caos vehicular). Si esa misma persona, aun teniendo la luz verde, se percata de que no alcanzará a cruzar antes de que se ponga el rojo y se queda parada antes de emprender el cruce, a pesar del sonido del claxon de algún conductor que parece convencido de que esos diez metros le han impedido ganarse el Melate, pasan tres cosas geniales:

1. Los autos que corren en carriles paralelos imitan este acto y se quedan parados antes de cruzar la calle.

2. Contribuimos a evitar un caos de tráfico, beneficiando a muchas decenas (¿cientos?) de personas.

3. Generamos una cadena de reciprocidad que, con el paso del tiempo, se irá convirtiendo en un hábito (las personas irán pasando de ser imitadoras de un acto positivo a originadoras de actos positivos. Esto es, despertamos la empatía en los demás…).

Claramente, el efecto, al principio, es temporal, transitorio, pero, con el paso de los días, se va enraizando como parte de la conducta cotidiana… un hábito, pues.

Realmente hay una cuarta cosa, tanto o más importante que las listadas más arriba:

4. Le damos un sentido de propósito a nuestras vidas (un componente clave en qué tan felices estamos/somos), con la reciprocidad como el vínculo que nos une y la idea del otro como una especie de brújula de la empatía.

Y esto puede ser elevado a cualquier aspecto de la vida cotidiana: no sólo el respeto a las leyes de tránsito, sino a la generación de un estado de derecho, a eliminar la discriminación y abusos, a contribuir con la protección del medio ambiente… con ello generando cohesión social y formando, como resultado natural, a mejores ciudadanos – sabemos cuán retrasado está México en esta materia…

¿Y todo esto es cierto? No me crean. Sólo suplico que hagan un experimento de reciprocidad constante durante la semana siguiente. No les cuesta nada… no se presta para que alguien abuse de nuestra generosidad y es muy fácil de realizar. Sin duda se sentirán más tranquilos, menos estresados… Y lo que es importante aún, no genera ningún riesgo y el potencial ganado es enorme: ser una persona más en paz, contribuyendo a hacer de este mundo, aunque sea comenzando por nuestro microcosmos, un mejor lugar.