Luego de un agotador vuelo desde la Ciudad de México hasta Buenos Aires, que incluyó además de un pésimo servicio, una etapa de turbulencia “severa moderada” que culminó con platos, vasos y comida regados por los pasillos, además de una sobrecargo contusionada, nada mejor que una cena restauradora, acompañada desde luego con estupendos vinos del país.

No era momento de muchas dudas. El apetito apuntaba sin mayores preámbulos a un buen bife de chorizo, acompañado con las tradicionales papas; apenas precedido por unas buenas empanadas criollas, y ya con una copa de buen Malbec para brindar por un arribo sin mayores consecuencias. El hambre, factor indiscutible del goce gastronómico, la calidad del corte y su preparación, los impecables vinos de bodegas como Patritti y Escorihuela Gascón, y ante todo la compañía de Deby, Elsie y Javier, hicieron de nuestra primera noche bonaerense de ese viaje una ocasión memorable.

corteMi gusto por la carne es declarada y así lo hice patente en posteriores almuerzos y cenas. Alguien comentó que uno o dos bifes estaban muy bien, pero que se abstendría de más cortes, al menos por varios días. Respeto los puntos de vista, pero aduje varios puntos que sostenían mi elección de carne como primera opción. En primer lugar, estábamos ante un producto local de estupenda calidad, de ganado de pastoreo y de excelentes estándares. Por otro lado, el conocimiento de técnicas, tiempos y preparaciones, por muchas variaciones que hubiera entre un restaurante y otro, siempre sería de buen nivel, ateniéndonos a tradiciones y herencias.

Un reforzamiento de mi idea vino poco después, cuando por amable invitación de Wines of Argentina (WofA) asistimos a un espectáculo de tango en el Café de los Angelitos. Dicha presentación incluía la cena, de la cual, como es de suponerse, uno nunca debe esperar mayores méritos gastronómicos; ya que el propósito de estos sitios es brindar buenos shows y no necesariamente salir en las guías gastronómicas. Sin embargo tendré que decir que ante las pastas y otros platillos bastante decepcionantes, mi bife resultó una delicia digna de compartir.

Deby pronto se sumó a la propuesta de #Prefierobife, que resultó una gratísima dirección a lo largo del viaje. En las distintas etapas de nuestro recorrido por el país, Patagonia, San Juan, Mendoza, disfrutamos de las distintas variaciones sobre un mismo tema: pudieron haber mejores o peores empanadas, pastas sin mucho mérito, ensaladas dignas de olvidarse, pero la calidad de los bifes nos acompañó todo el tiempo, y entre más tradicionales en su presentación y servicio, mucho mejor.

Por supuesto tuvimos momentos climáticos, como ese domingo en el Asador Don Julio, en el barrio de Palermo, un espacio familiar, como muchos otros, con la presencia beatífica de la parrilla como gran proveedor de placeres y el flujo continuo de delicias a la mesa, sin faltar la morcilla y toda la parafernalia de sutilezas que acompañan una buena parrillada, sin olvidar desde luego el flujo del buen vino, parte esencial de este goce cotidiano que es sinónimo de Argentina.

Ni qué decir, en todo caso, de la gran fiesta de Masters of Foof & Wine, en el Park Hyatt de Mendoza, organizada por WofA, con la presencia de las bodegas más importantes y dinámicas del país y algunos de los chefs que manejan una propuesta actual e innovadora, pero que también exponen y exaltan los valores de las tradiciones. Para mejor muestra de este vínculo insoslayable con el campo, la esencia, los orígenes, nada mejor que la presencia del gran asador en la parte central del evento, invitándonos a disfrutar de los sabores incomparables de la carne, en una fiesta sensorial que ya sólo a la vista es un deleite.

Leía un artículo que destacaba el hecho de que los vegetarianos son más sanos y más longevos. No lo sé, no me importa y no quiero entrar en polémica. El gusto de un buen bife y otras delicias de carnívoros, en sintonía con un buen vino, es algo que no pienso dejar mientras pueda.