La Niña Preciosa observa inmutable la procesión de fieles que le llevan flores, cigarros, dinero, oraciones y su bendición. “Dios hace milagros, pero la Santa Muerte te hace el paro”, es el mantra que recorre la colonia Morelos, donde la Santa Muerte tiene su altar sobre la calle Alfarería. Es el culto de los que han perdido la fe en las instituciones, pero no es algo nuevo, ya desde los prehispánicos formó parte del ADN de su cosmovisión.
Doña Queta es la Sacerdotisa que atiende el altar instalado en su casa; ella es la que hizo que la imagen de la Santa Muerte dejara los rincones de las casas y viera la luz en las calles tan urgidas de su amparo y protección. La carismática sacerdotisa de la Niña Preciosa tiene 57 nietos. Este es un culto casero e íntimo que nació en Tepito, aunque en muchas partes de la República. La muerte era vista como un tránsito, un paraíso. El origen de esta devoción es más misterioso que antropológico, pues si al final de la vida todos la hemos de conocer, qué de malo tiene hacerla presente, si desde siempre la vida y la muerte han sido buenas comadres, dicen en el barrio. Es por ello que la imagen de la Niña Blanca es atractiva para quienes la consideran su madrina protectora, y es repulsiva para quienes padecen bruma mental y nebulosas en el alma.
Todos los días, las 24 horas, se acercan en busca de protección rostros morenos de ojos violentos hacen fila para pasar al altar donde se encuentra La Flaquita. Uno a uno niños, jóvenes y viejos llegan a la vitrina donde la imagen Ella los observa con distante amor y candorosa lejanía. Los devotos a veces pronuncian algunos deseos en voz alta, pero la mayoría lo dice mentalmente, pero una adolescente se detiene frente a ella y de su mochila saca unas tijeras con las que comienza a cortarse un largo mechón de su cabello. Entre las prisas y veladoras guarda su mechón, da la media vuelta y se pierde entre los otros devotos de este infierno urbano que necesita de una divinidad que les dé el salvoconducto para seguir retando los riesgos que conlleva la vida en esta plancha de asfalto.
La Santa abre las celebraciones del Día de los Santos Difuntos el 31 de octubre por la noche. Ella es la que inaugura las fiestas donde los espíritus conviven con los vivos por que, comentan sus fieles, ella es “pura y no prejuicia, lo mismo se lleva a un niño que a un anciano, a un pobre que a un rico”. El primer rosario comienza a las cinco de la tarde, el segundo, a las 12 de la noche. Y es que el culto ha sido adoptado por la “barriada” luego de perder la confianza y la fe en la Iglesia Católica, pero no busca rivalizar con el mainstream religioso.
El Padre Nuestro es el mantra que cubre de paz a todas las personas que se han congregado frente a la capilla, una especie de Meca a la que todo el año y a todas horas llegan los fieles a depositar flores, encender veladoras y implorar protección, bendiciones, trabajo, salud y dinero. Durante las oraciones algunos acarician el ropaje de lujo que Ella luce este día, “ella que representa y conceptualiza lo único que tenemos seguro en esta vida: la Muerte”.
Doña Queta es de las personas más respetadas en el barrio; desde hace 11 años organiza la misa anual en la calle Alfarería, en la que al terminar los cientos de fieles que cargan imágenes de todo tipo le cantan una porra a la Nina Santa, porque es también una fiesta, una ceremonia que se desplaza al margen de los canones, porque corre en la sangre de sus fieles que retan a la vida porque saben que la huesuda los protege.