Más de un millón de brasileños se lanzaron a las calles de por lo menos 80 ciudades del país el jueves en las mayores protestas contra el gobierno hasta ahora, con choques violentos en varias ciudades donde los manifestantes que exigían mejoras en los servicios públicos y el fin de la corrupción enfrentaron gases lacrimógenos, aerosol pimienta y balas de caucho.

 

Al menos un manifestante murió en el estado de Sao Paulo, cuando un automovilista, aparentemente furioso porque no podía pasar, atropelló a un grupo de manifestantes.

 

En Río de Janeiro, donde aproximadamente 300.000 manifestantes abarrotaron el centro, hubo choques a las carreras entre la policía y grupos integrados mayoritariamente por jóvenes que se cubrían la cara con sus camisas. Pero la policía también disparó gases a grupos pacíficos y en ocasiones los atacó con aerosol pimienta. El estruendo de las armas hacía eco en las fachadas de edificios señoriales de la época colonial.

 

Hubo al menos 40 heridos en Río, incluidos manifestantes como Michele Menezes, una diminuta mujer de 26 años, quien dijo que buscó refugio junto con otras personas en un bar, pero un agente de policía arrojó una granada de gas al interior. La granada le rompió los vaqueros y le dejó grandes heridas en las pantorrillas y un brazo.

 

“Yo abandonaba una protesta pacífica y no fueron los vándalos los que me atacaron sino la policía”, dijo, mientras se secaba los ojos inyectados de sangre.

 

A pesar de la represión, los manifestantes dijeron que no retrocederían.

 

“Vi cosas bastante aterradoras, pero no me van a amedrentar”, dijo Fernanda Szuster, una estudiante de 19 años. Preguntada si sus padres sabían que participaba en las manifestaciones, dijo que “lo saben y están orgullosos. Ellos protestaban cuando eran jóvenes. Así que les parece bien”

 

En Brasilia la policía batalló para evitar que cientos de manifestantes entraran al Ministerio de Relaciones Exteriores, frente al cual los enojados prendieron un pequeño incendio. Otros edificios del gobierno fueron atacados alrededor de la explanada central de la ciudad, donde la policía también lanzó gases lacrimógenos y balas de goma para tratar de dispersar a los manifestantes.

 

También se reportaron en la ciudad amazónica de Belem, en Porto Alegre, en el sur, en la Universidad de Campinhas al norte de Sao Paulo y en Salvador, en el noreste.

 

“Esto tenía por fin ser una manifestación pacífica y lo es”, dijo Wanderlei Costa, artista de 33 años, en Brasilia. “Es una pena algunas personas causen problemas cuando el movimiento tiene un mensaje mucho mayor. Brasil necesita cambiar, no sólo a nivel del gobierno, sino también en la base. Tenemos que aprender a protestar sin violencia”.

 

Las manifestaciones ocurren una semana después que una violenta ofensiva de la policía contra protestas mucho menores en Sao Paulo galvanizaron a los brasileños a lanzarse a las calles.

 

La agitación abruma al país en momentos que es sede de la Copa Confederaciones y hay decenas de miles de visitantes extranjeros. También ocurre un mes antes de la visita del papa Francisco y antes de la Copa Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, lo que plantea preocupaciones sobre cómo las autoridades garantizarán la seguridad.

 

Las protestas masivas son algo poco común en este gigante sudamericano de 190 millones de habitantes, donde las manifestaciones por lo general atraen a un pequeño número de participantes altamente politizados. Las marchas recientes han tomado por sorpresa al gobierno brasileño, pero han causado alegría entre muchos ciudadanos.

 

“Pienso que necesitamos esto desesperadamente, lo hemos necesitado desde hace mucho, mucho tiempo”, dijo Paulo Roberto Rodrigues da Cunha, de 63 años y vecino de Río.

 

En Salvador, en el noreste del país, la Policía disparó gases lacrimógenos y balas de goma para dispersar a una pequeña multitud que intentaba traspasar una barrera policial que bloqueaba una de las calles de la ciudad. Una mujer resultó herida en el pie.

 

En otras partes de Salvador, unos 5.000 manifestantes se reunieron en la plaza Campo Grande.

 

“Pagamos mucho dinero en impuestos, por la electricidad, por los servicios, y queremos saber dónde está ese dinero”, dijo Italo Santos, estudiante de 25 años, mientras caminaba con varios amigos rumbo a la plaza.

 

Pese a la gran energía en las calles, muchos manifestantes dijeron que no estaban seguros de si el movimiento obtendría concesiones políticas reales. Los participantes en las protestas llevan carteles que reclaman desde reformas al sistema de educación hasta autobuses públicos gratis. Critican además los miles de millones de dólares gastados en estadios para la Copa Mundial y los Juegos Olímpicos.

 

“Es una especie de círculo vicioso”, dijo Rodrigues da Cunha. “Por una parte necesitamos liderazgo, pero por otra no queremos que esto pierda fuerza con la afiliación a un partido político”.

 

Las protestas del jueves tomaron muy pronto el carácter de una fiesta, sin el vandalismo y los choques con la policía que marcaron otras en días anteriores.

 

Personas de todas las edades, muchas de ellas envueltas en banderas, se congregaron frente a la majestuosa Iglesia de la Candelaria en el centro de Río, mientras que grupos en otras partes cantaron lemas contra el gobernador del estado al compás de ritmos de carnaval.

 

En un momento un helicóptero de la Policía sobrevoló a la multitud, que mostró su rechazo abucheándolo y apuntando luces láser verde al aparato.

 

Vendedores circulaban entre las masas, pregonando palomitas de maíz, churros y hasta perros calientes. Hombres y mujeres colectando reciclables se movían de un lado al otro recogiendo latas de entre los pies de los manifestantes.

 

Cuando jóvenes sin camisa, muchos de ellos con camisetas cubriéndoles los rostros, empujaban y forzaban su avance entre la muchedumbre, la gente respondió espontáneamente con lemas de “¡Sin violencia!”

 

Pero al igual que a principios de esta semana, los enfrentamiento comenzaron cuando cayó la noche.

 

Varios líderes municipales ya han aceptado las exigencias de los manifestantes de revocar el aumento al pasaje del transporte público con la esperanza de que la furia contra el gobierno se aplaque.

 

En Sao Paulo, donde los manifestantes bloquearon la Avenida Paulista, los organizadores dijeron que convertirían la manifestación en una fiesta para celebrar la baja del pasaje.

 

Pero muchos creen que las protestas ya no son sólo por el pasaje y se han convertido en un clamor más amplio de cambios sistémicos.

 

La presidenta Dilma Rousseff estaba reunida el jueves con sus asesores en el fuertemente custodiado palacio presidencial, según su oficina de prensa. Varios portavoces declinaron decir si la presidenta estaba discutiendo las protestas en todo el país.

 

“Este es el comienzo de un cambio estructural en Brasil”, dijo Aline Campos, una publicista de 29 años en Brasilia. “La gente ahora quiere asegurarse que su dinero se gasta debidamente, que no se malgaste con la corrupción”.