En la evolución carcelaria de nuestro país, se crearon los Centros Federales de Readaptación Social (Ceresos). La idea era que los prisioneros no sólo purgaran una pena sino que además se readaptaran para su reingreso a la sociedad. Con el paso de las décadas sabemos que ese modelo, pese a que está en la línea correcta, no ha funcionado. Desde las cárceles se controla la industria de la extorsión y se comercian droga y privilegios.

 

Los Ceresos son la universidad del crimen y están muy lejos de la readaptación de los internos, antes bien, pueden perfeccionar sus artes, generar nuevas alianzas para cuando salgan, llevar a que sus allegados en libertad cometan delitos para su beneficio. Olvidamos el color de los cerezos y su ortografía. El modelo está pervertido por cadenas infinitas de corrupción y poderes informales.

 

Con la misma buena intención que fueron creados los Ceresos en los años ochenta, en 1939  fue creada una escuela de ciudadanos. El Partido Acción Nacional se concibió como un partido de cuadros cuyos miembros fueran ciudadanos ejemplares. Por años el PAN evitó el financiamiento oficial justo para promover prácticas ciudadanas en las que sus militantes aportaban trabajo y recursos para el sostenimiento de sus actividades. De hecho, sus éxitos más memorables, salvo el triunfo de Vicente Fox, corresponden a la época en la que Acción Nacional rechazaba el financiamiento oficial.

 

La evolución del partido ha pervertido el concepto de “escuela de ciudadanos”. Sin duda al interior del PAN siguen participando miles de personas honestas … como también las hay participando en el resto de los partidos. El problema es que cuando estas personas aspiran a un puesto interno o de elección popular terminan viviendo un proceso destructor como el de la sobrevivencia en un Cereso.

 

Las convenciones para elegir candidatos o las asambleas para elegir consejeros eran procesos transparentes. Hoy son reuniones ríspidas en las que se están disputando feudos. El PAN destruyó toda su tradición de participación democrática. Ya no gana la persona con mejor preparación o mejor discurso; gana el que se hizo de más votos, por negociaciones corporativas. En las asambleas circulan listas en las que se da línea entre los afines a tal o cuál líder. En los distritos “ganables” se designa a candidatos afines a las dirigencias estatal y nacional; las plurinominales se las quedan los grupos que controlaron las afiliaciones los años previos. Un “buen” diputado, local o federal, de Acción Nacional dedica la mayor parte de su tiempo a afiliar gente, no a construir mejores leyes; la dieta financia la corporativización del partido.

 

La relación entre ser senador o diputado del PAN se vuelve entonces la misma que entre estar en un Cereso o estar en una cárcel de máxima seguridad: llegar implica estar aliados con los grandes cárteles, más que con los liderazgos locales. El cártel del calderonismo, el cártel del anticalderonismo. El cártel dominante o el cártel de su principal rival. Lo que ocurre en el Senado es insultante para el país: dos mafias del partido que gobernó a México los últimos 12 años peleándose no sólo por el control del partido, sino sobre todo por los recursos con los que se alínea a los miembros de la bancada, el sobresueldo con el que se compran los votos legislativos.

 

El estiércol en el que se están revolcando los senadores panistas salpica al resto de las bancadas. El hecho de que en ellas no se estén peleando por la cena no significa que no existan estos recursos de uso discrecional y opaco con los que se controla el voto por bancada.

 

La vía democrática ya no tiene cabida en el PAN. Podrá tener mejores momentos, pero esta lucha por el control del partido y los recursos no sólo es grotesca, no tiene retorno. Ninguno de los dos bandos es democrático, ni representa escuela de ciudadanos alguna. Todo lo contrario, es la especialización de prácticas antidemocráticas llevadas al extremo y la desfachatez de que al final de cuentas ninguno luche por el PAN, sino por el pan y sus migajas.