La crisis social en Brasil debe ponernos alertas. Dice el refrán, “Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Muchos de los componentes de la crisis brasileña están presentes en México. Vale la pena observarlos para prepararnos. Aunque México vive una condición distinta por su bajo crecimiento, los componentes sociales y políticos no son muy distintos.
Medida a través de índices de gini (0.51 para Brasil versus 0.46 para México) México y Brasil son sociedades altamente desiguales. En ambos casos, han emergido nuevas clases medias (con delantera de Brasil), y, en ambos países hay poca movilidad social. Ambas tienen un sistema político corrompido, con estructuras institucionales rígidas,. En Brasil, más del 84% de su población es urbana. En México este porcentaje ronda el 78%. En ambos casos, las zonas urbanas carecen de un desarrollo ordenado. Las dos tienen elevado acceso a redes lo que potencia la interacción social de las urbes.
Brasil ha padecido la exhibición de la corrupción del gobierno de Lula. Se evidenciaron abusos que costaron la cabeza de al menos cuatro miembros del gabinete de la presidenta Roussef. Aunado a los escándalos, el desempeño económico se frena y la economía se sobrecalienta. La euforia carioca se esfuma y apela a las deficiencias de su crecimiento. Se evidencia la falta de sustento de las cifras nominales en los servicios reales. Presumir cobertura universal de salud y educación ya no es suficiente. Si no hay medicinas, camas en hospitales, o doctores, de nada sirve el papelito de cobertura social.
El incremento de las tarifas de transporte público en Sao Paolo prendieron la bomba. El enojo local se transformó rápidamente en reclamo nacional por las deficiencias del sistema de salud y educación. Hay cobertura nominal pero no atención real (¿suena conocido?). En la catarsis, hasta los muertos salieron a relucir: este fin de semana, la organización Río de Paz exhibió 500 balones pintados con cruces rojas en Copacabana que representan, según dicen, a 500,000 personas asesinadas en los últimos 10 años.
En el mundo, solo a Calderón le importaban los muertos Brasileños. La prensa estaba concentrada en el éxito económico y social. Porque a diferencia de México, y con todas las deficiencias, Brasil sí creció. Cuando la economía crece, cualquier programa social es eficaz. Cuando se frena, emergen las deficiencias y surge la frustración de las clases emergentes, que aquí todavía no están presentes.
A diferencia de Brasil, en México solo se habla de muertos y de reformas potenciales. Se cuestiona que programas sociales pero se olvidan que aquí, estos no se acompañan con crecimiento económico. Este magro desempeño se condimenta con los abusos de gobernadores y de ex funcionarios federales que quedan prácticamente sin consecuencias. El coctel se agita.
El gobierno de Rousseff enfrenta la crisis, con moderación y diálogo. Se retractaron de lo aumentos pero, una vez prendida la flama es difícil apagarla. El conflicto muestra la ira que genera el despilfarro y la corrupción combinadas con desaceleración económica y malos servicios públicos. La pócima fue regada en terreno fértil: fuerte desigualdad, concentración urbana de la población y acceso a redes sociales. La chispa de la desaceleración prendió.
México padece los mismos síntomas, excepto porque no crecemos. Cuidemos los diagnósticos. Copiar programas sociales no basta. Sin crecimiento, la política social no resuelve la pobreza, tampoco hay manifestaciones masivas.