No sé si alguna vez han transitado por esa delgada línea que hay entre la prudencia y la hipocresía. Por ejemplo, ese incómodo momento en que te topas con alguien que no te cae muy bien y no sabes si saludarlo por simple educación y como muestra de cortesía o de plano voltearte para otro lado, para demostrarle abiertamente todo tu repudio y que no crea que lo saludas por hipócrita ¿qué será lo más adecuado?

Seguramente, el Manual de Carreño indicaría que debes saludar, es más, que la amabilidad debe reinar por encima de todo, pero ¿qué pasa por la mente de quienes creen que lo que debe reinar es la honestidad franca, esa a prueba de todo que te lleva a demostrar todas tus pasiones, incluso las más bajas?

Eso de ser prudente no es cosa fácil, a veces hay quienes confunden el ser honestos con ir lastimando a quien les pasa por enfrente bajo el lema de “yo digo todo lo que siento”, o bien, se meten en líos innecesarios por brincar esa delgada línea de la que hablábamos con tal soltura que luego no pueden volver el tiempo atrás.

La-sonrisa-fingida

¿Qué será lo recomendable? Decía Horacio, el poeta latino, que hay que mezclar la prudencia con un grano de locura, esto es, atreverse de repente, no ir por la vida todo el tiempo pensando demasiado sobre lo que se debe o no hacer. Porque eso estar todo el tiempo queriendo guardar las apariencias no deja lugar a la originalidad.

La regla básica sería no lastimar sin motivo. Aplicar el sentido común, ese que es el menos común de los sentidos, pero que tanta falta nos hace para tomar buenas decisiones, sobre todo en momentos de emergencia, cuando se tiene poco tiempo para elegir lo que hay que hacer.

Quienes confunden la honestidad con el hecho de ir soltando “su verdad”, corren el riesgo de quedarse solos y de terminar complicándose más la existencia de lo que debieran. En estos días en que asumimos que la libertad es el derecho más elevado, corremos el riesgo de cometer una serie de imprudencias en nombre de la libertad de expresión.

Lo mismo sucede con la información que difundimos ¿confiamos plenamente en las fuentes que leemos o vemos en distintas redes sociales? En ese sentido creo que SIEMPRE debemos verificar la veracidad o credibilidad de la fuente para evitar malos entendidos y no caer en difamaciones. Hay tal cantidad de historias falsas que circulan por las redes con distintos fines que hoy en día es imposible dar por cierto todo lo que se lee o ve. Sentido común de nuevo.

Así que, en caso de duda, lo que doña Prudencia indica es que si bien es importante decir lo que se piensa, es aún más importante pensar bien lo que se dice.