EL CAIRO. Cientos de miles de personas salieron hoy a las calles de todo Egipto para tratar de resolver la aguda crisis política que sufre el país, dividido entre seguidores del presidente Mohamed Mursi y sus detractores. Suman cinco muertos desde que resurgieron las manifestaciones el miércoles pasado. 

 

Las calles de El Cairo, entre las más bulliciosas del mundo, adquirieron hoy un misterioso e inusual aspecto desértico.

 

Los pocos transeúntes y vehículos que circulaban se dirigían sin excepción a alguna de las tres grandes concentraciones en la capital a favor y en contra de Mursi, que congregaron a un número de gente sin apenas parangón desde la revolución que desbancó del poder a Hosni Mubarak, en febrero de 2011.

 

Cientos de miles de personas recuperaron los lemas que acabaron con Mubarak y gritaron “Fuera” o “El pueblo quiere la caída del régimen” de Mursi, en la icónica plaza Tahrir y frente al palacio presidencial de Itihadiya.

 

No muy lejos de ese palacio, en el barrio de Ciudad Naser, una multitud de seguidores islamistas reivindicaron por tercer día consecutivo la legitimidad del mandatario, elegido en los primeros comicios presidenciales democráticos hace un año.

 

Con estas y otras manifestaciones en las principales ciudades se forma el retrato de un país dividido, donde los llamamientos al diálogo como el que hoy realizó la Presidencia son poco más que un brindis al sol.

 

Quienes no participaron en las marchas -comercios y empresas cerraron sus puertas, como si de un día festivo se tratase- siguieron por televisión todo lo que sucedía, encerrados en sus casas por temor a un estallido de violencia.

 

La mejor noticia fue el ambiente festivo y mayoritariamente pacífico que reinó en las protestas.

 

Pese a ello, entrada la noche se informó de dos muertes: un joven de 22 años falleció en la ciudad de Beni Suef, al sur de El Cairo, en un ataque de desconocidos contra opositores, mientras que otra persona falleció en enfrentamientos frente a la sede del partido gubernamental en la ciudad meridional de Asiut.

 

La violencia, sin embargo, no fue la regla. Por un día volvieron a Tahrir familias, mujeres, niños, estampas más habituales en la revolución de 2011 que durante la tumultuosa transición que ha llevado al país a una polarización sin precedentes.

 

Con ese gesto, los manifestantes querían dejar claro que su oposición a Mursi obedece más a un sentimiento patriótico y colectivo que a los cálculos tácticos de los partidos, que continúan a rebufo de la sociedad civil.

 

La Presidencia egipcia, en su única reacción oficial a las masivas protestas, destacó hoy que “el diálogo es la única vía” para salir de la crisis.

 

Asimismo, negó que vaya a haber cambios en el Gobierno del primer ministro, Hisham Qandil, o un hipotético traspaso del poder a las fuerzas armadas egipcias.

 

Como a nadie se le escapa que las posibilidades de que el presidente decida dimitir y convocar elecciones de forma voluntaria son escasas, muchos manifestantes fiaron en el ejército las posibilidades de que éste obligue a Mursi a renunciar.

 

“¡El ejército y el pueblo son una mano!”, entonaron muchos en Tahrir y frente al palacio presidencial.

 

Pero este lema ha abierto nuevas heridas entre quienes no quieren oír ni hablar de un Gobierno militar y quienes creen que el ejército es la única institución capaz de tomar las riendas del país en este momento.

 

En cualquier caso, el cómo era hoy lo menos relevante. El grito que resonó en la mayoría de calles egipcias fue sencillo: “¡Fuera!”.