MADRID. La selección española regresó de la Copa Confederaciones molesta con la FIFA, por haber impedido establecer una sede en una ciudad, prohibir sus viajes tras los partidos y concentrarla en hoteles de menor calidad a la habitual, lo que se suma a la sorpresa por las condiciones de Brasil.
España saca conclusiones de su estancia en Brasil, donde perdió la final de la Copa Confederaciones, sorprendida por las condiciones en las que se desarrollará el próximo Mundial de fútbol.
En la Confederaciones FIFA no le dejó elegir una sede fija, como suele hacer en las fases finales de los torneos, desde la que se desplaza para los partidos que pueda jugar en otras ciudades en la víspera del encuentro.
De hecho, miembros de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), ya han mirado varias opciones para dentro de once meses y gusta la opción de quedarse por Río de Janeiro. Porque España ha sufrido en Recife y Fortaleza, donde a los jugadores se les tenía recluidos por la falta de seguridad y en hoteles de un nivel medio, con instalaciones antiguas, muy alejados de los que suelen visitar en este tipo de competiciones.
En sus primeros pasos en la Confederaciones, en Recife, los internacionales españoles llegaron a entrenarse en un espacio sin la posibilidad de ducharse y tras una hora de camino desde el hotel. Las distancias fueron motivo de queja de los jugadores, que han perdido muchas horas en el autobús en la competición.
Además, seis futbolistas españoles fueron víctimas de robos en sus habitaciones y les quitaron hasta mil euros de los sobres en los que guardaban el dinero fuera de la caja fuerte.
El calor de Recife tampoco ayudó. Temperaturas superiores a los 30 grados en los primeros días de invierno brasileño y un alto nivel de humedad pasó factura.
Además, la FIFA impidió a España volar tras sus partidos, una costumbre que permite a los jugadores pasar viajando esas horas después de jugar en las que les cuesta conciliar el sueño. La RFEF intentó incluso hacerse cargo de los costes y se le fue denegado. Tampoco supo hasta última hora, si podría entrenar en Maracaná en la víspera de la final de la Copa Confederaciones.
Pese a encontrar un ambiente en contra de la selección española en todos los estadios, al ser considerada la gran rival de Brasil por el título, los miembros de la selección nunca se quejaron de eso y agradecieron el cariño con el que fueron tratados por las calles.
Otro punto a favor que elogió la delegación española fue el estado de los terrenos de juego, con un césped impuesto por FIFA a la misma altura que en Europa, 22 centímetros, cuando se esperaba que fuese más alto y pudiese perjudicar.
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