La posibilidad de una nueva reforma energética o petrolera nos vuelve al debate de qué tanta participación privada debe haber en Pemex. En los extremos de ampliar la participación privada o limitarla es común ver ideología, subjetividad e incluso fanatismo. No simpatizo con el desgarre de vestiduras respecto a la inversión privada en el sector energético, aunque tampoco creo que los objetivos nacionales se alcancen con una privatización.
¿Cómo formar un criterio objetivo en los temas de privatización/estatización? La teoría de las Asociaciones Público Privadas nos da una respuesta muy simple: el riesgo se asigna al mejor administrador de ese riesgo.
El riesgo no tiene una connotación positiva o negativa, ni tiene una implicación necesariamente económica. Al comprar un boleto de lotería tenemos el riesgo de ganar o perder, al comprar acciones bursátiles ocurre lo mismo, al correr una carrera podemos ganar o lesionar el tobillo. A veces el riesgo es que las cosas sucedan o que las cosas no sucedan. Compramos un seguro de gastos médicos porque tenemos el riesgo de enfermarnos pero eso no significa que nos vayamos a enfermar.
En la privatización parcial o total de la industria petrolera juegan varios riesgos. México ha demostrado ser pésimo administrador de su riqueza petrolera, Pemex es una empresa cara, ineficiente, que no satisface al mercado y genera impactos negativos en todas las industrias. Por ejemplo, el retraso en el abasto de diesel de bajo azufre afectó una generación de camiones y autobuses en la industria del transporte terrestre.
El riesgo de que Pemex Refinación incumpla normas y afecte a otras industrias es alto. Al permitir la participación privada transferimos este riesgo a un privado y le cobramos por su falta de cumplimiento. Sin embargo, puede ser que enfrentemos otros riesgos no previstos: endeudamiento, encarecimiento de los combustibles, desempleo, entre otros. ¿Se pueden compensar o asegurar esos riesgos? Unos sí y otros no, pero entonces ya tendríamos elementos objetivos para valorar la participación privada.
En el caso de la participación privada en extracción llegamos al tema más sensible de nuestro nacionalismo. El 18 de marzo de 1938 es un día victorioso, empresas estadunidenses y británicas fueron expropiadas mientras sus países resolvían qué hacer con el belicismo alemán. Lázaro Cárdenas venció al imperio con estrategia, lo que supera al triunfo de Zaragoza. Más que defender el petróleo, se defiende un triunfo de México frente a los países más poderosos.
Permitir la participación privada en extracción conlleva un riesgo positivo: México eleva sus niveles de extracción y el país se beneficia de una expansión de la industria petrolera, con una mayor productividad y un incremento en el Producto Nacional Bruto. Sin embargo, los riesgos negativos serían mucho mayores: endeudamiento, contaminación o afectaciones a comunidades, sin duda, pero sobre todo la pérdida de identidad nacional. La historia mexicana no está plagada de victorias y la expropiación petrolera es una de esas pocas, así que los riesgos sobre la identidad nacional superan cualquier riesgo económico.
Revisar la participación privada en la industria petrolera con la perspectiva amplia del riesgo nos debería dar otro enfoque. Sin embargo, no hay que olvidar que Pemex es una empresa que viene funcionando mal desde hace décadas: ineficiente, castrada por el erario, con pasivos laborales y un sindicato todopoderoso. El riesgo de que Pemex nunca cambie también debe ser valorado.
Entendiendo que la participación privada siempre será limitada, y aun cuando pueda simpatizar con abrir la inversión en rubros en los que el nacionalismo pese menos, me parece que donde se determine la no participación de privados, el estado debería crear una segunda empresa petrolera. Que Pemex compita contra Pemex 2. Que Pemex 2 fije nuevos estándares de productividad y que le compre activos a Pemex. Al final de cuentas el único riesgo es que Pemex 2 sea más eficiente o ineficiente que Pemex.
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