El desempleo, la carestía de gasolina, el abuso de poder, la promoción y defensa de sus aliados islamistas, son sólo algunos de los motivos que han llevado a una heterogénea mezcla de egipcios al estado de indignación con el que han tomado las calles.

 

Aunque quizás no exista más razones por las que las protestas de cientos de miles de personas llevaron a la destitución del presidente egipcio Mohamed Mursi, a un año de su investidura.

 

Casi todos, sin embargo, coinciden en algo: Mursi no es digno de liderar desde el poder el proceso de transición que se abrió con las revueltas de 2011, que acabaron con 30 años de régimen de Hosni Mubarak.

 

El maltrecho estado de la economía es un poderoso revulsivo. El desempleo supera ya el 13%. Hay apagones de electricidad y escasez de algunos productos. “Las colas para llenar el depósito de gasolina son de dos horas.

 

A otros manifestantes les molesta especialmente el estilo de gobierno de Mursi. El año pasado, el presidente intentó, sin éxito, aprobar un decreto que le hubiera otorgado poderes casi absolutos. En diciembre, sin embarho logró aprobar una constitución de corte islamista, que la oposición le ha pedido sin éxito que derogue.

 

Esta es otra de las fuertes razones: el temor al avance del islamismo, es decir, que Egipto se convierta en avanzadilla de una toma de poder regional por parte de la sociedad de los Hermanos Musulmanes. Morsi militaba cuando llegó al poder en el partido Justicia y Libertad, brazo político de esa agrupación, que durante décadas fue suprimida y acallada por Mubarak.

 

Sobre todo, lo que más ha encendido a los opositores egipcios es lo que consideran una traición y abandono de los principios de la revolución iniciada en 2011. (Con información de El País)