Suiza, Suecia, Reino Unido, Holanda y Estados Unidos ocupan los primeros cinco lugares. Le siguen Finlandia, Hong Kong, Singapur, Dinamarca e Irlanda. Más adelante en la lista se encuentran otras potencias, como Canadá, Alemania, la sorprendente Corea del Sur, Israel, Japón, y China. Acercándonos al lugar 30 empiezan a aparecer economías emergentes como Eslovenia (30), Latvia (33), latinoamericanos como Costa Rica (39), Chile (46), países del Medio Oriente como los Emiratos Árabes Unidos (38), Arabia Saudí (42) o Kuwait (50). Y llegando a un lejano lugar 63 encontramos a México, detrás de países que serían menospreciados por más de alguno en nuestro territorio, como Uruguay (52), Grecia (55), Argentina (56), Tailandia (57), Armenia (59), o Colombia (60).
Se trata del Índice Global de Innovación, promovido entre otros por la World Intellectual Property Organization (WOPI) y la Johnson Cornell University, presentado anualmente desde el 2007 y cuyo objetivo es el de crear un punto de referencia útil para tomadores de decisiones políticas, económicas, empresariales y para quienes, en general, buscan impulsar la innovación a nivel mundial.
El reporte considera 84 indicadores, incluyendo la calidad de las universidades más prestigiadas de cada país, la disponibilidad de microcréditos, inversionistas de capital, entre otros. Para el informe de este año, se agregó el conocimiento y experiencia en la materia de la Confederación de la Industria India, un país que se caracteriza por ser centro de innovación, particularmente en industrias de software y tecnologías de la información, la empresa china Huawei, y un consejo de 14 expertos internacionales, entre ellos el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon. El reporte es de punta a punta, un trabajo muy serio y bien cuidado que, podemos pensar, se acerca bastante a la realidad.
Es evidente que estar detrás de los países mencionados no son buenas noticias para México y es preocupante que, durante muchos años, hemos venido escuchando un discurso alrededor del impulso a la innovación, el gran potencial de México, ventajas competitivas como ubicarse geográficamente al lado de la economía más importante a nivel mundial, que de poco o nada han servido para llevar a nuestro país a un nuevo destino en términos de innovación.
Y una vez más, como nos ocurre cada inicio de sexenio en donde parte de la población deposita esperanzas de cambio, se nos viene una posibilidad de escribir otra historia. El guion de gobierno, desarrollado a la perfección para crear un halo de optimismo (falso optimismo, dirían algunas voces), con un pacto en el que aparentemente se gobierna con las fuerzas de oposición y de paso ayuda en busca de la legitimidad que para algunos pudiera no tener la presidencia de Enrique Peña Nieto, o el encarcelamiento de poderosos y oscuros personajes como Elba Esther Gordillo, el impulsar reformas profundas que incluso toquen intereses empresariales poderosos, como la industria de telecomunicaciones, pudiera bien contener un capítulo dedicado a la innovación que abra la puerta para que México empiece a ser, de verdad, un país inserto en la era de las economías del conocimiento.
Tengo la sensación de que para cambiar esto, se requerirá algo más de un discurso público rentable y posibles políticas de Estado; es necesario que la mentalidad innovadora contagie las mentes de los mexicanos y dejemos de enfrentarnos a escenarios en los que, por ejemplo, la compra de una idea valga poco o nada, las carreras de interés de los universitarios sean poco orientadas a la innovación, y las empresas instaladas en nuestro país sigan orientadas a contratar personas operativas que ayuden a optimizar costos y no profesionales con visión estratégica capaces de transformar los negocios.
Gobierno y sociedad, juntos. Es tarea de todos salir de ese vergonzoso lugar 63.