Esta semana los legisladores mexicanos, locales y federales, se dieron el lujo de presumir que viajaban a distintos estados para apoyar campañas. Los del PRI, para colmo, lo hacían con cargo al erario según presumió el coordinador de los senadores, Emilio Gamboa Patrón. En el PAN había varios que aseguraban haberse pagado sus boletos de avión, pero se jactaban de ser muy solidarios con sus compañeros de partido.

 

En realidad, fueron legisladores de todos los partidos los que asistieron a cierres de campaña en los estados que tuvieron elecciones el día de ayer. Asistir parece mero acto de compañerismo político, pero no, se trata de actos que diferencian al legislador del resto de los mortales que no tenemos vacaciones pagadas. El legislador está en asueto permanente, puede dedicarse 3 o 6 años a tejer alianzas para sus siguientes cargos, para generar adeptos, para promover su imagen.

 

Algún diputado federal presumía que no había faltado a sesiones de comisión para sus viajes de entresemana en apoyo a sus correligionarios. ¡Pues claro! Si las comisiones casi nunca se reúnen, por un lado; y por otro, los legisladores no preparan temas para las comisiones, no estudian los dictámenes que elaboran los secretariados técnicos, no se vinculan con organizaciones sociales para entender las necesidades a plasmar en los documentos que estarán meses o hasta años en la fila de espera de dichas comisiones. Por eso cuestiono los viajes electorales de los legisladores, beneficio privado, sin ganancia social.

 

Puedo entender que un senador por Veracruz esté pendiente de lo que pasa en Veracruz, que un diputado del distrito X esté pendiente de lo que pasa allí, mas no es un tiempo pagado por las cámaras para hacer campaña. La aberración de tener legisladores en los templetes de todo el país, por solidaridad política, constituye una gran diferencia con el ciudadano común. El acto no tiene trascendencia para los electores en general, para aquellos que no militamos en ninguno de los partidos con legisladores y subsidios multimillonarios, sólo tiene trascendencia entre dos amigos: el legislador y su candidato.

 

Las giras electorales son actos políticos en los que la ética se perdió: al no estar legislado un horario de trabajo, y sería absurdo que sucediera, hay un tiempo natural de dedicación a la ciudadanía y otro donde el legislador es libre de dedicarlo a su descanso, deportes, cultura, familia o política. El tiempo natural es entre semana, es un tiempo no sólo de comisiones o de pleno, es un tiempo cuyas acciones deben estar orientadas a la población en general, más que a los militantes de alguna facción política, de otra forma sus actos los alejan de la ciudadanía y las ganancias de sus actos son meramente privadas.

 

Hay un problema de fondo en mi cuestionamiento a las giras electorales de los legisladores: los legisladores no están al servicio de sus electores, están al servicio de sus partidos. Votan en bloque, defienden proyectos desde la perspectiva partidista y no desde sus propias convicciones, reciben en muchos casos sobresueldos para premiar su disciplina partidista, saben que si no cooperan con su fracción, sus iniciativas y puntos de acuerdo quedarán en el olvido. De nuevo, la conveniencia por la convicción.

 

¿Qué tendría que ocurrir en México que cimbrara las costumbres vacacionales del Poder Legislativo? ¿Cómo generar un código ético que los desvincule del actuar faccioso?