Frankenstein
Sin duda uno de los personajes más famosos de la historia de la literatura inglesa es la Criatura del Dr. Víctor Frankenstein, protagonista de la novela de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo.

La novela no ha dejado de leerse desde su publicación en 1818. Casi 200 años después de su creación, la trágica historia de un experimento científico malogrado aún es relevante para mujeres y hombres de todas las culturas y nacionalidades. Su relevancia yace en sus temas centrales.

La relación entre el Dr. Frankenstein y su Criatura explora preguntas éticas fundamentales para cualquier sociedad: ¿Dónde termina la obligación de un creador (sea científico, artista, padre o madre) hacia su creación? ¿Dónde debemos marcar los límites del conocimiento?

En un estudio reciente, la investigadora y poeta Maureen McLane destaca un tema crucial pero poco explorado, el de la nacionalidad de la Criatura.

Es bien sabido que al rechazar a su propia creación, el Dr. Frankenstein le niega la oportunidad de sentir el amor de un padre y el calor de una familia. Pero también le niega acceso a una comunidad y a una nación.

Cuando el Dr. Frankenstein finalmente decide escuchar a la Criatura, ésta concluye su historia con una súplica final: le ruega a Víctor que le dé una compañera. A cambio, le promete dejar Europa para siempre: “Si aceptas, ni tú ni nadie nos volverán a ver: me refugiaré en las selvas extensas de América del Sur.”

Para ambos, la decisión de dejar Europa por América es lógica. Comparten la idea de que en América del Sur vivirá en “llanos salvajes donde las bestias del campo serán [su] única compañía”. En otras palabras, en América, la Criatura encontrará su hogar: lejos de la civilización europea, rodeado de bestias como él, entre la flora silvestre.

No es de sorprender que Víctor, símbolo de un creador y científico irresponsable, quiera deshacerse de una vez por todas de su fracaso. Lo sorprendente es que para él y su Criatura, América del Sur no sólo era primitiva sino que además carecía de divisiones políticas y, por ende, de naciones.

En 1818, América del Sur no sólo no era la selva extensa que ellos imaginan, sino que atravesaba una época de revoluciones ilustradas, mismas que llevaron al nacimiento de las naciones independientes que hoy dan forma a nuestra cultura latinoamericana.

Quizá para el lector latinoamericano contemporáneo la conversación entre Víctor y su Criatura no tenga mayor resonancia que la idea de una América del Sur salvaje y casi prehistórica sea sólo un vestigio del imaginario europeo decimonónico. Sin embargo, como tantos otros temas de la obra de Shelley, el exilio forzado de la Criatura a América y la representación de ésta como una cultura homogénea, casi amorfa y sin fronteras, encuentran resonancias ensordecedoras en un tema de actualidad: el debate norteamericano sobre inmigración.

Tan sólo hace un año, cuando Mitt Romney hacía campaña para la presidencia de Estados Unidos, apostó a la popularidad de la llamada “autodeportación” de los inmigrantes indocumentados. El éxito de esta supuesta política radicaría en prohibirles acceso a los derechos más básicos y al lugar de trabajo, forzándolos así a regresar al “otro lado”.

Las condiciones que Romney propone crear para los inmigrantes no son muy distintas a las que Víctor creó para su Criatura. Al renunciar a su responsabilidad, le negó acceso a derechos humanos: a la educación, al refugio, al alimento y a la felicidad.

El hecho de que hoy la autodeportación figure en una plataforma presidencial sugiere que todavía tenemos mucho que aprender de Frankenstein. Por lo pronto, no estaría de más leerla con el debate de inmigración en mente.

Aunque Víctor es el responsable principal, otros personajes de la novela tienen la oportunidad de aceptarlo, pero optan por rechazarlo. No es novedad que en México, como en Estados Unidos, haya inmigrantes indocumentados que llegan en busca de un trabajo que les permita vivir con dignidad, ya sea aquí o en el país vecino.

De nosotros depende si elegimos repetir los errores de Víctor o reconsiderar dónde empieza nuestra responsabilidad como miembros de la gran comunidad humana.