Adnan Rasheed, un jefe talibán, ha enviado una carta a Malala Yousafzai diciéndole que deseó que el ataque no hubiera ocurrido, evidentemente intentado justificar la actuación de sus compañeros de armas quienes intentaron asesinarla el año pasado.
La larga misiva, casi cuatro folios, parece una argucia para contrarrestar el impacto de la presencia de Malala ante la ONU y evitar seguir perdiendo apoyos en la sociedad paquistaní.
“No te atacaron porque fueras a la escuela o fueras una defensora de la educación”, escribe Rasheed que dice tener un sentimiento “fraternal” hacia Malala porque pertenece a su misma tribu. El autor asegura que “los talibanes no están en contra de la educación de ningún hombre, mujer o niña”. El problema, le explica en la carta que han difundido varios medios británicos, es que “creen que dirigías una campaña de difamación para frustrar sus esfuerzos de establecer un sistema islámico en Swat, y tus escritos eran provocativos”.
Es exactamente el mismo argumento que en su día utilizó el portavoz del grupo, Ehsanullah Ehsan, para intentar contrarrestar la condena generalizada que el atentado desató dentro y fuera de Pakistán. “No es nuestra política matar a mujeres; pero cualquiera que dirige una campaña contra el islam y la sharía [ley islámica] debe morir”, declaraba al día siguiente de haberse responsabilizado del ataque.
Aunque Rasheed diga al principio de su carta que escribe a título personal y no en nombre del grupo, su justificación de los talibanes indica otra cosa; y dicha acción no aminora la brutalidad que los insurgentes emplean para imponerse, ni el intento de asesinato de Malala.
La presencia de Malala ante la Asamblea General de la ONU el pasado viernes, coincidiendo con su cumpleaños que se ha declarado Día de Malala, y su candidatura al Nobel de la Paz, transmiten un poderoso mensaje.