Los peores pronósticos se han cumplido antes de tiempo.
México ya no sólo es líder mundial en obesidad infantil, sino también en obesidad en general.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) reportó que ahora tenemos el desafortunado privilegio de encabezar dicha clasificación. De nuestra población adulta, 32.8% sufre de esta condición, lo que deja a Estados Unidos en segundo lugar con 1% menos.
Es previsible, dada la evolución de esta pandemia, aunque a la vez repentino. Las cifras se duplicaron en los últimos 24 años: en 1989 únicamente 10% de la población mexicana era obesa.
Claramente las acciones tomadas por el gobierno y la población no han dado resultados. De hecho, 70% de los mexicanos padece sobrepeso. Según informes de la Organización Mundial de la Salud, en el 2000 murieron 97 mil 655 mexicanos por enfermedades de corazón asociadas con sobrepeso, número que incrementó a 141 mil 10 años después.
El exceso de peso también está directamente relacionado con la diabetes, que es una de las causas principales de muerte en nuestro país. Se estima que hay alrededor de 10 millones de mexicanos con diabetes, de los cuales mueren aproximadamente 70 mil anualmente.
Es una carga social y, sobre todo, económica; pensemos en los fondos que nuestro gobierno tiene que dedicar a estos males (que son evitables), mismos que entonces escasean para el tratamiento de otras enfermedades.
¿Por qué continuamos escalando esta pendiente y hemos alcanzado el primer lugar?
1. Es más fácil y barato conseguir comida chatarra que alimentos como frutas y verduras. Un ejemplo clarísimo son las minitiendas de autoservicio, donde muchas personas adquieren su almuerzo del día. Algunos de los alimentos que ofrecen son hot dogs, pizzas, burritos, sándwiches de jamón y queso o frituras, pero no abundan opciones más saludables como ensaladas y fruta; si acaso, venden plátanos y manzanas.
Otro ejemplo es la famosa dieta T: tacos, tamales y tortas. Debemos suplirlos por productos más saludables como frutas, verduras, cereales integrales y alimentos de origen animal cuya preparación no implique aceite.
2. Menos televisión más ejercicio. La televisión no solamente nos hace perder nuestras tardes de forma que ya no tenemos tiempo de hacer ejercicio, sino que también nos insta a comprar alimentos chatarra como refrescos, galletas, pan dulce, golosinas. Escuchamos constantemente de alimentos que tienen menos grasa o son light, pero esos conceptos son muy relativos.
3. Un círculo vicioso del que difícilmente se sale. Los hijos de padres obesos, no sólo suelen seguir malos patrones de nutrición, sino también cargan con una predisposición genética que propicia la obesidad.
4. No hemos sabido convencer a nuestra población de que comer sano no es necesariamente aburrido. El presupuesto y la disponibilidad, tampoco ayudan en ese sentido.
La principal solución es cambiar nuestro estilo de vida, pero para lograrlo, la población debe comprender los factores que resultan en obesidad. Las claves básicas son:
• Dejar el sedentarismo atrás e intentar realizar al menos 30 minutos de ejercicio todos los días. Las escuelas y oficinas deben hallar formas de fomentarlo. Ya no es opcional.
• Elegir alimentos a la plancha, a la parrilla, al carbón o asados en lugar de aquellos fritos, con altos contenidos de crema y queso.
• No colocar grandes platones de comida al centro e incontables tortillas o panes. Entregar raciones por persona ayuda a que nos midamos.
• Nunca saltarse comidas y, mucho menos, el desayuno. Aunque usted no lo crea, consumir cinco comidas pequeñas durante el día nos ayuda a mantenernos en peso saludable. No hablamos de cinco tortas ni de cinco taquizas; una comida puede componerse de zanahorias o pepinos.
Es una epidemia y en la medida en que lo asimilemos como tal, le concederemos la urgencia que amerita. Esas cifras tienen que cambiar y sólo lo conseguiremos cambiando de enfoque todos.
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