Le conocí una tarde que por estar arrojando las llaves hacia el cielo. Las volé tan alto que ya no regresaron… entonces me acordé de su rostro apagado y largo. Don Román, dice que “como maestro le iba mejor, pero quería ser su propio dueño”. Por eso dejó los gises, la pizarra y cuadernos para tomar unas pinzas, metales y llaves, muchas llaves.

 

Don Román tiene un local de cerrajería en el mercado de la colonia Pantitlán. Es pequeñito y en la fachada cuelga un letrero donde usted puede leer “Abrimos a las 11:00”, pero es mentira, mejor vaya a las 12:00 para que no dé doble vuelta.

 

Es minucioso con el oficio, lleva 30 años creando llaves de todos los tamaños y para todas las emergencias. Muy serio me confiesa, mientras toma una herramienta más parecida a un torniquete de tortura que a un aparato donde pueda nacer una llave que desea que la muerte le encuentre trabajando allí limando dientes metálicos y ayudando a volver a entrar a casa a sus clientes, como me ayudó a mi.