Tímido y sonriente; silencioso y extrovertido; la personalidad de Alejandro Santiago (Oaxaca, 1964-2013) podría resumirse en la de un ser dual, donde  lo ancestral se manifestaba en su obra de una manera rústica y a la vez  altamente compleja, llena de simbolismos y elementos que parecían extraidos  de los lugares más remotos de la imaginación y de la sierra Juárez, corazón de la cultura zapoteca, de donde provenía.

 

Con su eterno cabello largo, vestir sencillo, huaraches y camisas de algodón;  Alejandro Santiago encarnaba al zapoteco del norte, de rasgos duros, hablar  pausado, tono bajo, dueño de una poética que evocaba un universo indígena en extinción, rodeado de montañas, plantas y aromas díficiles de describir, los cuales formaban parte de su mundo pictórico. “Perdimos a un gran artista pero sobre todo a un humanista. Es de los pocos creadores que fue capaz de dialogar con su entorno, sus mitos y leyendas, lo cual podemos encontrar en su obra y que será difícil de volver a ver tal vitalidad”, señala Demián Flores, amigo, paisano y cómplice de proyectos culturales.

 

Siempre acompañado de un pequeño equipo de jóvenes, entre los que se  encontraban su hijo y sobrino, Alejandro Santiago visitaba con frecuencia la Ciudad de México, sobre todo Coyoacán y la colonia Roma, donde expuso en mayo; preparaba un proyecto escultórico de arte público en la Central de Abasto titulado Hay va el golpe, en el que rendiría un homenaje a los tradicionales diableros de los mercados populares, el cual quedará inconcluso. Este mismo grupo enfrentará el reto de mantener y hacer crecer dos de los espacios de producción artística que hace poco había puesto a funcionar: La Calera y La Telaraña.

 

Consciente de la realidad social que atravesaba su pueblo y a él mismo: la migración fue uno de sus temas centrales, realizando una obra monumental difícil de olvidar y el cual impactó al público del Foro de las Culturas en Monterrey 2007. La obrase llamó 2501 migrantes, conformada por cientos de piezas de barro con una altura de hasta metro y medio, los cuales moldeó en un taller de cerámica que montó en su pueblo para dar empleo a los jóvenes y contener de alguna manera el desplazamiento obligado por las condiciones económicas, en la que aludía al fenómeno migratorio que había desolado a su pueblo natal.

 

De aquella experiencia, una producción casi industrial de piezas que simulaban personas, llenas de expresiones amorfas, gestos adustos, Santiago contaba estaba a punto de declinar debido a que la propia naturaleza le impedía avanzar. “Una ocasión cuando ya habíamos logrado cocer más de mil piezas se vino una tormenta que terminó por convertir en lodo a todas. La decepción fue grande, no sabía cómo reaccionar, había ya poco tiempo, pero fue el ánimo de los jóvenes que de inmediato se repusieron a la tragedía e iniciaron de nuevo. Recordé mucho el mismo espíritu de los migrantes que pasan penurias, accidentes, para poder llegar a su meta; la historia de mis migrantes no tenía porque ser distinta.”

 

En Oaxaca Alejandro Santiago era un espíritu libre, bucólico, callejero, trovador; lo mismo lo podías encontrar en las cantinas aledañas al mercado  20 de noviembre; en los espacios culturales de recreación, como El Candela, El Central o en In situ o exponiendo en alguno de los pequeños museos oaxaqueños; siempre con su inseparable mezcal El platicador, como bautizó a la bebida que está noche degustarán toda la comunidad oaxaqueña que le acompañará al ritmo de dios nunca muere, mientras en el cerro sagrado del Fortín, los sones y los fandangos de todas los 560 municipios oaxaqueños parecen reunidos alrededor de la Gelagetza para despedirlo.

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