El siglo XXI ha sido testigo del acercamiento entre el Estado más pequeño del mundo, la Santa Sede, y el gigante territorial sudamericano que es Brasil. La ancestral diplomacia vaticana se encontró con la diplomacia de un país que aspira a ser protagonista global y llegaron a buen puerto. Al Vaticano le interesan los 150 millones de católicos y su capacidad de gestión político-diplomática con Rusia y China, mientras que a Brasil le interesa también la influencia y el poder político de la más antigua de las instituciones vigentes: la Iglesia católica.

 

En 2008 el Vaticano celebró con Brasil su acuerdo más importante hasta entonces con un Estado latinoamericano. Se trata del Estatuto Jurídico de la Iglesia Católica en Brasil. Ahí se analizaban los acuerdos anteriores y se ajustaban las normas jurídicas de ambos Estados en temas como separación entre Iglesia-Estado, el reconocimiento de la personalidad jurídica de la Iglesia Católica, la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas, la adscripción de espacios para fines religiosos en el ámbito urbano y otros derechos garantizados por el acuerdo de ese año.

 

El paso que emprendió el gobierno no lo había dado ningún ejecutivo brasileño en el pasado, admitió entonces el arzobispo toscano Lorenzo Baldiseeri, nuncio apostólico en Brasil. El prelado se refería a la inédita actuación del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, un movimiento considerado de izquierda, en su avance hacia la concertación con la Iglesia Católica.

 

Ese acuerdo, previsto entre Lula y Benedicto XVI en su encuentro de 2007, allanó el camino para una buena relación mutua. Precisamente, la visita pastoral que hoy comienza en Río de Janeiro el jefe de la Iglesia Católica, la acordaron en una conversación privada Joseph Ratzinger y el presidente brasileño. En esa ocasión se concertó que la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud se realizaría en Río de Janeiro con la presencia del Papa Benedicto XVI, pero tras su renuncia, en febrero pasado, la responsabilidad le corresponde al argentino Francisco.