RÍO DE JANEIRO. Era un acto fuera del programa oficial que alcanzó gran significado: el encuentro del primer Papa argentino con sus compatriotas en una pletórica catedral metropolitana de Río de Janeiro que acogió a unas cinco mil personas. Ahí, una audiencia atenta escuchó a un emocionado Jorge Mario Bergoglio que, a manera de saludo, preguntó: “¿Qué es lo que espero como consecuencia de la JMJ? Quiero lío. Hagan lío, cuiden los extremos del pueblo”. En la intensa jornada del jueves, otra frase del pontífice caló fuerte por su amplio sentido social: “la grandeza de una sociedad se mide por la forma en que trata su pobreza”.

 

Las ovaciones resonaban en la catedral. El papa Francisco, invitó a evangelizar al mundo, empezando por los lugares que más lo necesitan, “porque la fe en Jesucristo no es broma”. En ese clima de solidaridad se dio el encuentro del jefe de Estado de la Santa Sede en Brasil con la delegación argentina y que es la segunda más numerosa en la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud (unas 40 mil personas).

 

Antes de su encuentro con sus compatriotas, el pontífice había visitado la favela de Varginha, en la zona de Manguinhos, uno de los asentamientos más pobres y peligrosos, adonde inauguró el altar de su rústica parroquia.

 

Caminando entre la gente, entró a la casa de una familia y les manifestó a todos: “no están solos, el Papa está con ustedes”.

 

La seguridad era intensa y un corredor de motorizados escoltaba al Santo Padre a lado y lado de su auto. Francisco, tranquilo, saludaba a uno y otro lado de la vía, besando y bendiciendo a infinidad de pequeños que sus escoltas le pasaban.

 

En la favela había una fuerte presencia de policías. Helicópteros sobrevolaban la zona mientras francotiradores estaban apostados en techos de edificios cercanos.

 

Bergoglio también recibió regalos de miles de habitantes de esa paupérrima zona cuando se acercó al campo deportivo adonde saludó a la multitud.

 

Ahí, llamó a fomentar una cultura de la solidaridad frente a mujeres que habían limpiado minuciosamente sus casas días antes. Agregó: “No se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario”.

 

En Varginha, una de cientos de favelas que forman el paisaje de Río de Janeiro, el líder católico dijo en un claro mensaje al poder político y los ricos que “no hay bien común si se ignoran pilares como la vida, la familia, la educación, la salud, la seguridad”.

 

Afable, dijo frente a los habitantes “me gustaría tomarme un cafecito en la casa de cada uno de ustedes”.

 

Su mensaje más aplaudido y ovacionado en la colmada colectividad fue cuando pidió a los habitantes que no se desanimen y su llamado a que “no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague ¡la realidad puede cambiar!”

 

Ya por la tarde tuvo lugar el capítulo final de una jornada imparable: el viacrucis en la playa de Copacabana, adonde se esperaba que se reunieran unos dos y medio millones de personas.

 

¿Y Pelé?

 

Edson Arantes do Nascimento, Pelé, no estuvo en la ceremonia de bendición a las banderas olímpicas ni a los deportistas que impartió ayer el papa Francisco. En cambio sí asistieron otros, entre ellos el ex basquetbolista Oscar Schmidt (llamado el Pelé del básquet), además de los ídolos del futbol Zico y Deco, así como a dos atletas paralímpicos. Sin embargo, el momento con Schmidt fue el más emotivo pues el ídolo de 55 años lucha contra un cáncer cerebral y quitó la gorra que cubría su cabeza arrodillado mientras tomaba de la mano por largo tiempo al pontífice, llorando y con la cabeza baja.