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Internet ha muerto. El pánico me ha sugerido buscar las causas: ¿ha muerto para todos o sólo para mí? ¿Se trata de una avería en mi línea o es una crisis mundial? No vivo en un país como Siria, Libia o Egipto, en donde los gobernantes pueden dejar fuera de línea a la población con una orden; no, vivo en un país con una democracia en construcción y con un fervor, cada vez mayor, por internet y las redes sociales ¿Qué está pasando?

 

Salgo a la calle, en el aire se respira miedo, las aceras vacías, nadie circula por las avenidas y los árboles destellan colores grisáceos, cenicientos. Poco a poco, el eje vial comienza a llenarse de personas que, como yo, están desconcertadas. Uno de los vecinos me pregunta visiblemente preocupado: “¿ha muerto?” mientras observa con atención los cables, atónito. Pese a ser los mismos, esos cables ya no se miraban igual. Decidimos ir a alguna plaza a compartir nuestro temor con más personas; allí, algunos uniformados nos dieron volantes fotocopiados confirmando la noticia: se nos sugería regresar a nuestras casas y prender la televisión en un canal abierto.

 

 

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