Sus apodos eran varios. “El Chayo”, por su nombre Nazario. “El Pastor”, por hablarle a la gente con una voz espiritualmente reconfortable. “El Más Loco”, porque así firmó un libro de autoayuda personal que era lectura obligada en los centros de rehabilitación donde La Familia Michoacana reclutaba a sus sicarios de entre los más menesterosos a quien encauzaba por una nueva vida. Jefe de uno de los cárteles más sanguinarios en la historia de México, era magnánimo, y llegaba a perdonar la vida de sus enemigos siempre y cuando no hubieran cortado la de sus amigos.
Nazario Moreno, que las autoridades federales sostienen que murió el miércoles pasado durante la ofensiva que realizaron en Apatzingán, era un hombre que se desdoblaba a través de sus lugartenientes en las capas sociales michoacanas, pero que guardaba un bajo perfil. A diferencia de Jesús Méndez Vargas, “El Chango”, el otro jefe de La Familia Michoacana, cuya forma de operar es a través del conflicto y la agresión, “El Chayo” procuraba no enfrentar a las policías o a los militares, no usar armas de fuego y buscar siempre un arreglo.
Pero su forma suave en el manejo era antagónico de la manera como imbuía adoctrinamientos y desarrollaba las técnicas de entrenamiento para los sicarios del cártel.
Uno de sus instructores era Miguel Ortiz Miranda, “El Tyson”, arrestado en junio pasado, reveló la forma como los enseñan a matar gente.
Con un cuchillo de 30 centímetros los degüellan, dijo. “Se le corta a la altura de la garganta, se le corta la vena… no se siente nada”, admitió. Se les descuartiza para que “la gente nueva que va entrando vaya perdiendo el miedo”. Los obligan a que maten gente y los destacen.
–¿Cuánto tiempo tardan en descuartizar a alguien?, le preguntó un agente federal.
–Aproximadamente 10 minutos. Puede durar menos.
–¿En cuántas partes los tienen que cortar?
-Se le cortan las piernas, los brazos y la cabeza nada más.
–¿Y qué hacen con esto?
–A la cocina… Es un hoyo hondo al que se le ponen varillas arriba; se le echa madera o leña y arriba se van echando los cuerpos, todos los desechos. Y ya cuando está todo se le avienta gasolina y se prende todo.
Nazario Moreno, era imperturbable. Fue un típico subproducto de la cultura michoacana que creció y se educó en medio de la producción y comercialización de la mariguana desde hace 60 años, y que comenzó a ser articulada en los 90 por el Cártel de Tijuana. En paralelo, a finales de esa década fundó “La Empresa”, un grupo que se decía preocupado por cómo las drogas, extorsiones y secuestros golpeaban a la sociedad, se organizó para expulsar al Cártel de los hermanos Los Valencia del estado, a quienes responsabilizaban de esos males.
Al morir Ramón Arellano Félix y cayó su hermano Benjamín, la presencia del Cártel de Tijuana quedó borrada con la expansión del Cártel del Golfo y su brazo armado Los Zetas, que se vinculó rápidamente con “La Empresa”, que operaba bajo la dirección bicéfala de Moreno y Méndez Vargas, abajo de quienes figuraban otros fundadores, Carlos Rosales Mendoza “El Tísico” -actualmente preso-; Arnoldo Rueda, “La Minsa”, detenido en 2009; Enrique Plancarte Solís, “La Chiva”; y Servando Gómez Martínez, “La Tuta”.
Como antes lo fue el Cártel de Tijuana, a principios de esta década fueron Los Zetas quienes controlaban la plaza y decían quién era responsable de qué. “El Chayo” dijo hasta aquí y encabezó la revuelta contra Los Zetas cuando comenzaron a cobrar el derecho de piso a los michoacanos en Lázaro Cárdenas. Las hostilidades estallaron en 2005, pero hasta septiembre de 2006 se formalizó la ruptura, cuando arrojaron cinco cabezas a la pista de baile de un bar en Uruapan.
Bajo la guía ideológica de Moreno, La Familia Michoacana creó su método de reclutamiento a través de los centros de readaptación social y autoayuda personal, primero en Morelia y más adelante en las zonas rurales del estado.
Ahí les proporcionaban un libro de cabecera, “Pensamientos”, escrito por “El Chayo”, inspirado en el best seller de John Eldrege, “Salvaje de Corazón”, con mensajes de autoayuda y superación personal. En los cursos de adoctrinamiento inculcaban ideas, estrategias cognoscitivas y una metodología profesional, con lo cual buscaban no sólo reclutarlos, sino garantizar su lealtad y desempeño al servicio de una causa mayor.
No todos eran reclutados como sicarios, pero aquellos que sí entraban a la parte criminal, les cambiaban sus hábitos alimenticios y la rutina de sus noches. Dejan de estar mucho tiempo en la calle, a la que sólo salían a matar, en el nombre de Dios y de sus dioses paganos, “El Chayo” y “El Chango”.
La estructura social que fundó Moreno les permitió tener una base social no sólo de vigilancia a través de “halcones” –herencia de Los Zetas-, sino de movilización.
En varias ocasiones, cuando sentían la presión federal, sus lugartenientes movilizaron a las masas michoacanas para protestar contra la presencia del Ejército y la Policía Federal. A través de las enseñanzas de “El Chayo”, les tenían controlada la mente.
El caso de uno de los fundadores de “La Empresa” y más adelante uno de los mandos más brutales de La Familia Michoacana, Arnoldo Rueda, apodado “La Minsa”, demuestra el grado de enajenamiento en el que caían. Rueda fue detenido el año pasado, cuando iba en compañía de sus cuatro hijos, la mayor de 12 años. La policía federal los subió a un vehículo blindado, y cuando iban rumbo al centro de detención, sus sicarios buscaron rescatarlo.
Con armas de asalto y granadas de fragmentación frenaron el convoy policial y dispararon contra todos los vehículos, incluido donde iba “La Minsa” y sus hijos, que gritaban y lloraban. Los policías le decían que exigiera un alto al fuego a sus sicarios, pues sus hijos podrían morir. “La Minsa” nunca se quebró. Al contrario. Les dijo: Todo lo que debía suceder, si sucedía, sería la voluntad de Dios.
Moreno tenía dominada su mente, como la de cientos de michoacanos. Mesiánico y totalitario, dominó así a sus subordinados. No aceptaba críticas. Él era el único iluminado, hasta que la semana pasada, de acuerdo con las autoridades, su vida se apagó.