Es inaudito vivir en un mundo donde la desconfianza es la divisa de cambio. Máxime en un país como México que acusa múltiples carencias y desafíos sociales.

 

Iniciativas de apoyo y asistencia social serías y responsables trabajan día a día en diversos aspectos, incluida la recaudación de fondos, tema que en diversos ámbitos despierta desconfianzas en cuanto a la transparencia en la aplicación de los recursos por parte de esas organizaciones no gubernamentales.

 

Es aquí donde el ser una Institución de Asistencia Privada (IAP) cobra un altísimo valor, pues ‘certifica’ que esa organización civil es sería, auditada y regulada, en el caso de la Ciudad de México, por la Junta de Asistencia Privada del Distrito Federal (JAPDF).

 

Ese distintivo IAP es, pues, una suerte de ‘certificación’ de que esa organización privada de asistencia cumple con estándares de transparencia y obligaciones de operación adecuados al sector al cual brindan asistencia.

 

Ser una IAP es entonces un ‘sello’ de confianza para los ciudadanos, en un mundo donde el altruismo puede ser una careta que oculta operaciones financieras ilegales, oscuras y poco transparentes.

 

Las IAP son entidades con personalidad jurídica y patrimonio propio, sin propósito de lucro, que con bienes de propiedad particular ejecuta actos de asistencia social.

 

Por casi 500 años han sido motor de cambio de la sociedad. Actualmente existen 389 IAP registradas –solo en la Ciudad de México- ante la JAPDF organismo que, además de regular, está encomendada a cuidar, fomentar, apoyar, coordinar, asesorar y vigilar a estas instituciones para asegurar el cumplimiento de sus obligaciones.

 

Del total de IAP que hay en el Distrito Federal, 23 de ellas cuentan con más de 100 años de vida, como el Nacional Monte de Piedad, la Cruz Roja Mexicana, el Colegio de las Vizcaínas o el Hospital de Jesús, que tiene 482 años de vida.

 

Con un apoyo de 34 mil voluntarios con una edad promedio de 29 años. Los adultos jóvenes entre 30 y 49 años es el grupo de la población que en mayor medida participa en acciones voluntarias.

 

Anualmente atienden a más de un millón y medio de personas de escasos recursos.

 

En México más de 1.4 millones de personas han trabajado de manera voluntaria, sin recibir remuneración económica alguna, en actividades de apoyo a terceros, según datos del INEGI.

 

De acuerdo a su trabajo asistencial las IAP están clasificadas en seis grandes rubros: Niños y Jóvenes: atienden desde recién nacidos hasta los 21 años en casas hogar y centros de día.

 

Adultos Mayores: asilos y centros de día. Salud y Adicciones: servicios para el cuidado de la salud física o mental en consultorios, hospitales, albergues y centros de rehabilitación de adicciones.

 

Educación y Desarrollo Comunitario: brindan enseñanza primaria y secundaria, así como capacitación para el trabajo y el autoempleo. Donantes y Prendarios: préstamos prendarios.

 

Discapacidad y Rehabilitación: atienden a personas con discapacidad en casas hogar y centros de día, proporcionándoles rehabilitación física, educación especial, apoyo psicológico y capacitación para el trabajo.

 

No es de sorprenderse en que en un país donde hay más de 53.3 millones de pobres, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), sea el Préstamo Prendario, el servicio de asistencia con mayor demanda, seguido de  Salud y Adicciones, atención a Adultos Mayores y a personas con algún tipo de discapacidad.

 

El ser IAP, entonces, desmarca del montón a las organizaciones de asistencia social serias y comprometidas. Ser IAP se convierte en un sello de confianza en un mundo donde existen miserables capaces de lucrar con el infortunio ajeno, con la necesidad de los grupos vulnerables y más necesitados.

 

Este espacio hoy es un llamado a la acción. A prestar atención a quién se le brinda la mano, o el apoyo pecuniario, en una sociedad en la que viven algunos que disfrazan de asistencia social su voracidad por el dinero.

 

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