El que no salte…PUTO
La frase se volvió memorable. Eran los 90. Apenas comenzaba la Belle Epoque capitalista tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Bill Clinton era presidente de los Estados Unidos y acababa de rescatar a México del peor escenario de todos: la quiebra.
En la televisión el destape comenzaba con novelas que, en sus temas, destacaban verdades que la calle clamaba. Nada era personal. Todo era el despertar de una nación que vivía una cruda amarga tras la borrachera del sexenio salinista y la quiebra del error de diciembre.
Molotov comenzaba como un desfogue juvenil. Era el inicio de una nueva etapa del rock mexicano. El norte dotaba de la revolución desde tu televisor en la voz de los plastilinos y la agresiva respuesta a la situación política y social de Resorte y Control Machete.
Órbita comenzaba y RadioActivo contrataba a Olallo Rubio para cubrir el espacio diurno que había abandonado Martín Hernández para recuperar el timón de WFM.
En ese cuadro surge Molotov. El Molotov que hace vibrar al BULL de Sullivan. El Molotov que su disquera lanza con timidez para no escandalizar a los programadores de Radio. El Molotov que, en franco juego, escogía Gimme The Power como canción para reafirmar su Donde Jugarán las Niñas. El Molotov que quería un Parental Advisory en las portadas de sus discos.
Y las letras eran groseras. Bueno, eran como hablaban -hablan- los “chavos” cuando sus padres no están cerca y, quien lo niegue es hipócrita, los padres cuando no están los hijos.
Y las groserías escondían -esconden- la verdad del doloroso México que, vía la vulgaridad, sobrevivimos: miseria, corrupción, fraude, poder mal utilizado, abuso, vejación, dolor.
Existía Molotov porque existía un Jacobo, un Carnal de las Estrellas, un PRI, PAN y PRD que buscaban el control que no el poder. Existía un Mátate Teté porque existía un Mercurio y una Fey que buscaban esconder desde su edad hasta los más terribles sacrificios con tal de sonar en la radio decente de los concesionarios decentes.
Concesionarios que, de forma tímida, aceptaban que la canción más transgresora fuera la programada sólo por no ser tan prosaica. Como si la palabra fuera más potente que la acción.
Molotov se volvió un hito mediático y popular. Se burlaban de ellos mismos y de sus detractores. El exceso de coloquialismo los colocaban en las antípodas de bandas que, en frustrada poesía, querían colorear una realidad que en las palabras de Randy, Tito, Paco y Mike reflejaban la neta a nivel de piso.
De pronto, llegamos a un 2013 donde las palabras asustan más que la calle.
Más que a las buenas conciencias.
Con motivo de su gira norteamericana, la GLAAD decidió sugerir al grupo que eliminara de su setlist la canción Puto, esto por considerar que denigraba a la comunidad homosexual.
Al parecer, a la GLAAD le preocupa más el uso de un vocablo que la realidad, donde las comunidades hispanas rechazan a los homosexuales por ir en contra de los valores familiares y religiosos.
Molotov lanzó, de forma inteligente, una explicación sobre el verdadero significado de Puto que se podría resumir así: el gay se acuesta con hombres. El puto quiere fornicarse cobardemente a todos.
Esto, al parecer, no le interesa a la organización que lucha por los derechos de los homosexuales en los Estados Unidos. Insiste en la censura de la canción por discriminar.
Como sea, una vez más el objetivo se cumplió: Molotov ha logrado polemizar pese a llevar años sin material nuevo o con un éxito del tamaño de las canciones descritas. Puede ser, incluso, una estrategia publicitaria más como algunas otras que han armado para crear expectativa.
Como sea, saben hacerlo. Como saben hacer gritar, brincar. Saltar.
Y el que no…