Como consecuencia, bibliófilos de todo el mundo, se desbaratan anunciando la muerte del libro y denunciando el imperio de Amazon. Aunque sin duda atestiguamos un cambio crucial en los medios, es uno de muchos que comenzaron con Gutenberg y que continuarán más allá de Google.
Lejos de perdernos en la narrativa tecno-apocalíptica, lo que nos debe ocupar es la velocidad con la que los nuevos medios están cambiando viejas formas de actuar e interactuar. Y en este contexto, no es el libro el que cae en desuso sino la práctica de leer sin distracciones.
Hace unos días, me dispuse a leer uno de mis cuentos favoritos, Casa tomada, de Julio Cortázar. Como él mismo lo dijo, el cuento es un género que gana por nocaut. En sólo cinco o seis páginas, el cuentista debe presentarnos a sus protagonistas (“Nos habituamos Irene y yo a persistir solos [en la casa]”), desarrollar la trama (“El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación”), y golpearnos con un desenlace (“Antes de alejarnos tuve lástima, cerré la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla”).
El lector debe acercarse al texto como si estuviera en el cuadrilátero esquivando los golpes de un contrincante. En esta lucha, el narrador es el contrincante y gana el lector que anticipa los golpes de la trama. Pero cualquier distracción puede ser fatal. Y fatal fue mi reciente relectura de Cortázar, pues no pasaba de la segunda página cuando me detuve para ver mi cuenta de Twitter.
Experimentar el placer cortazariano, y el del cuento en general, implica suspender nuestra realidad y entregarnos a la del texto. La lectura de un cuento dura, cuando mucho, una hora. Pero un buen cuento, como los de Cortázar, permanece con nosotros toda la vida. En la era de Twitter, cuando leer cinco páginas sin consultar tuits es un reto, no es al libro al que sacrificamos sino a la práctica añeja de perdernos en el texto.
Ésta no es una invitación a cancelar la cuenta de Twitter, sino a considerar a qué aspiramos, como individuos y como sociedad, cuando cambiamos una hora con Cortázar por 140 caracteres.