El miedo se ha enquistado en Morelos. En sus municipios los pobladores han visto morir un amigo, un familiar o un vecino. Han sufrido un robo en su casa o negocio, han tenido que pagar un secuestro o, en el mejor de los casos, una extorsión.

 

Muchos pobladores han huido. Han cerrados sus negocios, abandonado sus casas o las han puesto a la venta, y los lugares de diversión nocturna están quebrando. Las cifras precisas de este éxodo silencioso ni las autoridades ni las asociaciones de comerciantes se atreven a mostrarlas, y es que el temor y la desconfianza, es el prontuario de la impunidad

 

El rostro festivo de las calles de lugares como Cuernavaca, Yautepec, Temixco, Jiutepec, Cuautla o Yecapixtla, por ejemplo, ha ido cambiando en los últimos dos años.

 

El gobierno del estado culpa al crimen organizado asentado en Morelos, desde hace décadas. Y los especialistas ubican a la entidad como un espacio de siembra y un corredor para el tráfico de drogas, con operaciones de Los Caballeros Templarios, Los Zetas y a los Beltrán Leyva, principalmente.

 

Más allá de los discursos políticos y de la presencia de estos grupos, en el estado se incrementó el porcentaje de personas con problemas para satisfacer sus necesidades alimentarias en un 43.5%, colocándose en los primeros lugares en el país, significando más del 30% de sus habitantes, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL).

 

Y en cuanto a los delitos que deben combatir las autoridades locales también han crecido hasta colocar a Morelos en los primeros lugares del país en secuestros, robos y extorsión, con una bajísima efectividad en su persecución, porque apenas, en promedio, 2 de cada 10 delitos se someten a juicio a los responsables.

 

El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública muestra que en los primeros cinco meses de este año se registraron 3.17 plagios por cada 100 mil habitantes.

 

El estado de Morelos mantiene una tendencia a la alza en el delito de secuestro de acuerdo con las estadísticas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en el primer semestre del año se denunciaron 72 plagios, mientras que en año pasado en ese mismo  periodo se habían iniciado 46 denuncias, lo que representa un incremento de más del 56. 5 por ciento (%).

 

Las extorsiones en dicho estado se han incrementado un 10.8 %, pues de enero a junio del 2013 se han denunciado 144 casos, mientras que el año pasado en ese lapso había 130 asuntos.

 

En cuanto al robo,  se mantiene la tendencia, pues solo ha bajado un 1.3 %, ya que en este año se iniciaron 10 mil 391 denuncias, y el año pasado iban 10 mil 523.

 

En tanto los homicidios dolosos han registrado una tendencia a la baja del13.8% , pues el primero semestre se denunciaron 378 casos, y en éste año iban 326.

 

Cabe destacar que en cirfras globales durante el primer semestre del 2013  enero a junio, el estado de México encabeza la lista en el delito de extorsión con 726 casos.

 

El segundo lugar lo ocupa el DF con 589; el tercero Jalisco con 226;  el cuarto, Michoacán con 163 casos.

 

Mientras que en secuestro, el Estado de México lo encabeza con 89 asuntos; Michoacán, en segundo sitio con 90 casos; Morelos en tercero,  con 72, y Guerrero con 56.

 

En el delito de homicidio, Guerrero está a la cabeza con mil 265 crímenes; Estado de México, con mil 175; Jalisco con 978, y Chihuahua con 767 muertes.

 

En robo,  Estado de México contabilizó 53 mil 431 asuntos; Distrito Federal, 41 mil 574 asuntos, Jalisco 16 mil 857, y Morelos con 10 mil 391.

 

Miedo e impunidad

 

Los choferes de autobuses y camiones reportan que cada vez son más frecuentes los robos al transporte público, en los que se llevan las unidades con todo y pasaje.

 

Comercios que ya no volverán a abrir sus puertas, cerraron  ante el embate de las “rentas” por extorciones que tenían que pagar, las amenazas o por falta de clientes que ya no asisten cuando oscurece.

 

Así los principales municipios de Morelos se debaten en una guerra de baja intensidad, no sólo contra el crimen común o la delincuencia organizada, sino contra su principal enemigo, el miedo que se ha extendido ante la impunidad y que ha modificado todas las actividades cotidianas, sobre todo el turismo.

 

Así las historias se repiten y se acumulan por decenas.

 

Mario y a José tienen historias similares, a los dos los secuestraron y robaron en su propia casa, uno en Cuernavaca y otro en Jiutepec.

 

Eran cerca de la tres de la mañana, cuando un comando irrumpió en casa de Mario. Lo sometieron e interrogaron sobre una mujer soltera, madre de un niño de dos años. Por largos minutos, que parecieron horas, no hubo forma de que comprendieran los hombres encapuchados que se trataba de un error, que a quien buscaban en realidad era a su vecina.

 

Una bota le mantuvo presionado el pecho, y que impedía siquiera separar la cabeza del suelo. Le patearon la cara en dos ocasiones. Sólo pudo darse cuenta de la ropa que portaban sus agresores, una que simulaba el uniforme de un grupo especial de las fuerzas federales.

 

Al mismo tiempo, escuchaba el siniestro chasquido de la  maquinaria de un rifle AK-47, el famoso Cuerno de Chivoque simulaba una ejecución.

 

Abría y cerraba los ojos de forma intermitente, por segundos, registró una imagen que hasta la fecha no puede olvidar, “las piernas de la mujer a la que detectaron en el departamento contiguo”, y la llevaron a la sala de su casa,  la sentaron en un sillón, la interrogaron, la torturaron  y le tomaron fotos como a él, luego se le llevaron y “jamás la volvieron a ver”.

 

“Le pusieron una bolsa en la cabeza y se la llevaron. A mí me dejaron amarrado, con cinta canela en los tobillos, y cinchos de plástico en las manos. Me pegaron, y me dejaron tirado, con la advertencia de que sí hablaba ya tenían mis fotos y sabían donde vivía”.

 

Los meses que siguieron a este pasaje fueron una locura, y no es un lugar común del lenguaje, “perdí la razón, y creía ver hombres armados, escuchaba que azotaban mi puerta, me llevaban con ellos con la cabeza tapada como a mi vecina, ese era el sueño recurrente durante mucho tiempo. Necesite ayuda psiquiátrica y psicológica”, relató Mario en la primera plática sobre el tema que tiene con personas ajenas a su familia.

 

Enfermo de miedo, Mario ya no pudo vivir en Cuernavaca, pensaba que en cualquier momento podría llegar el mismo grupo armado a “rematarlo” o llevárselo definitivamente. Decidió irse, huir de la ciudad en el que vivió por 27 años y se instaló en el Valle de México.

 

Desde entonces su familia se diseminó, padres y hermanos se fueron a radicar Guerrero, mientras que el resto de sus familiares se fueron de mojados a los Estados Unidos, nada quieren saber de Cuernavaca, prefieren el destierro a tener miedo.

 

A José lo esperaron afuera de su casa, donde vivía desde hace más de 15 años. Por suerte no estaba su familia adentro. Lo encañonaron, lo interrogaron sobre su dinero y familiares, trató de no dar mucha información. Fue una hora o dos, en las que buscaron por toda la casa y se llevaron lo que pudieron. Al salir, los hombres armados con AK-47 soltarón una advertencia similar, “si dices algo regresamos por ti”.

 

Los días transcurrieron con miedo, de ese que no deja dormir ni mantenerse tranquilo. Pensaba que podían secuestrar a su esposa o a sus hijos. Decidió salirse de esa casa, abandonarla, y denunció a el robo y secuestro ante las autoridades y, después de un año, ningún detenido, ni siquiera una diligencia en su casa. Sólo impunidad.

 

María Consuelo, con apenas 24 años, le gustaba ir con sus amigos a tomar cerveza y conversar, pero ya no acude a las reuniones porque tiene miedo.

 

“Aquí a las ocho ya no puedes salir, cierran los comercios, y todos se van a sus casas.  A veces –relató- cuando estás con tus amigos en un bar, o como aquí le dicen en el ‘Chelodromo’ o  “El Hospital de la Cruda”, y de repente escuchas la sirena de una patrulla o ambulancia, sentimos miedo, nos quedamos viendo entre todos, y en broma pero con miedo decimos, ‘todos al suelo’, reímos para espantar el miedo que se asoma desde adentro, y seguimos con la plática, esa es nuestra manera de convivir”.

 

La menuda mujer se quiere ir de Cuernavaca, porque “es imposible vivir con miedo a todo”, ya no solo al crimen, pues el miedo se convierte en una emoción que domina todos las esferas de la vida, por eso les ha pedido a los amigos que emigraron, “en cuanto se enteren de algo (trabajo), échenme un grito para moverme”.

 

Los comerciantes, dependiendo el giro y del lugar deben pagar “por su seguridad”, de entre 3 mil a 15 mil pesos mensuales, a cambio de ello no sufrirán un robo, daños en su local o hasta un secuestro.

 

Algunos prefirieron cerrar, porque “nos robaron la tranquilidad, nuestro dinero, nuestro trabajo y nuestro futuro”, relató Fabián, quien dejó su restaurante, con todo lo que tenía adentro, por miedo a que si al enterarse su extorsionadores lo mataran.

 

Son estas algunas historias que integran la radiografía de una población que vive con el miedo, porque los delincuentes operan sin temor a ser detenidos. La impunidad ha provocado que el temor crezca y sea a todo, a extraños, a los ruidos, autos, a las fotografías que toman los turistas mientras ellos van pasando, las miradas encontradas, las palabras y hasta las risas ahora hacen daño, no físico, peso sí emocional y mental.