TORONTO. Cuna de Frank Gehry, una de las más importantes figuras de la arquitectura contemporánea, Toronto dista mucho de ser una ciudad tímida en término de diseño y evolución urbanística. En esa sintonía, recupera sus antiguos espacios, los dinamiza y convierte en monumentos a la historia y la arquitectura, del mismo modo que los moderniza para transformarlos en escaparates de nuevas tendencias.

Tal es el caso de The Distillery, una de sus zonas industriales más antiguas, concebida en la segunda mitad del siglo XIX, en sintonía con las propuestas operativas del diseño victoriano, sinónimo de la Revolución Industrial.

“Su nombre desde luego no es una casualidad. El distrito de The Distillery que guarda una importancia estratégica a nivel nacional e incluso mundial, ya que además de su jerarquía como referente de la evolución social, es también un ejemplo sólido de la arquitectura industrial de la época. Hablamos no sólo de los edificios, que afortunadamente han sido excelentemente preservados, sino también de todos los implementos que dan constancia de las labores en ese periodo. Representa la más grande y mejor preservada colección de la arquitectura victoriana industrial en Norteamérica.

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“En su momento, The Gooderham and Worts Distillery jugó un papel fundamental en el crecimiento y el desarrollo de la ciudad y el país. Para fines del siglo XIX, la empresa era la más  importante de su tipo en América, con exportaciones de whisky y otros espirituosos que llegaban a países como Brasil y Uruguay. Sin embargo con la llegada del nuevo siglo, la Primera Guerra Mundial y la Era de la prohibición, esa bonanza se vino a pique”, advierte Matthew Rosenblatt, responsable de comunicación de The Distillery.

A lo largo del siglo XX, continuó con su función original como destilería, hasta que en 1990 cerró sus funciones para transformarse en una de las más importantes áreas de estudios cinematográficos del país. En 2001, bajo la dirección de una importante firma bancaria y de bienes raíces, The Distillery se convirtió en el centro de un ambicioso proyecto urbanístico, contemplando alrededor de 40 edificios dedicados al arte, el diseño, la moda y el entretenimiento.

Una fiesta del diseño

Firmas como Alessi y Bergo, y diseñadores de la talla de Gabriella Gustafson, Jonas Hakaniemi y Gustav Hallen, son algunas de las presencias que brillan en los espacios de este distrito convertido en el círculo de la moda y las manifestaciones culturales, de la gastronomía y los buenos vinos, como lo expresa The Boiler House, sin duda el restaurante más emblemático del lugar, o el reciente Toronto Wine & Spirit Festival, uno de los más importantes del país, con presencia de importantes bodegas del Viejo y del Nuevo Mundo.

Alambiques, molinos y líneas de producción cuya historia se remonta al siglo antepasado son parte esencial de una escenografía definida en ladrillos rojos, a la usanza de las antiguas factorías, mientras el paisaje moderno de la ciudad, con el despunte de la emblemática CN Tower dan una sensación de contraste que, paradójicamente, en ningún momento riñe con las más actuales expresiones en mobiliario y decoración. Bergo, por ejemplo, es santuario de las novísimas manifestaciones, con la explosión de la creatividad italiana y escandinava, mientras los pasillos de los diversos inmuebles nos llevan al corazón de los centros del diseño y a los showrooms donde se exponen las escenas idílicas de la vida contemporánea.

“No se trataba de crear un centro cultural en el sentido más convencional de la expresión. Cultura se visualizó como un sinónimo de vida y plenitud, de formas y funciones, de manifiestos totales del conocimiento sublimados en un escenario que está lleno de historias y que representa una parte vital de la ciudad. Los edificios adquieren una nueva jerarquía y convierten la crónica antigua en una serie de anécdotas modernas que pueden traducirse en nuevas vivencias, en una estética que se expande y se vive en múltiples definiciones”, advierte Rosenblatt.