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Tal como lo imaginé caímos bajo los efectos encantadores de San Francisco, algo tiene esa ciudad que conforme pasan los minutos… las horas… los días… un especie de sopor se apodera de tu mente. Hasta ahora me ha sido difícil describir el estado al cual se entra después de unos días de estancia en esta ciudad, lo único que se acerca sería el famoso jet lag, pero aún así las diferencias son muy marcadas.

 

Regresamos a la ciudad de México el día lunes por la media noche, lo que nos permitió dar una buena caminada por Frisco por la mañana, el día anterior había sido el cierre magno de Outside Lands y después de tres días de hippismo y fantasía me sentía realmente cansado, agotado. Aún así caminamos, subimos decenas de pendientes, corrimos para alcanzar el autobús, caminamos por caminos equivocados y una vez que fue tiempo de ir al aeropuerto caminamos a nuestro barrio. Al llegar el martes por la madrugada a la ciudad, sin haber dormido más que dos horas sumando los pequeños cachitos que logré dormitar en el vuelo, entré directo al rush del trabajo, solo pude dormir una hora más en mi departamento para después salir corriendo al museo Anahuacalli a cumplir con otro compromiso laboral. Ahora pasó un día más, hoy es jueves y por fin puedo sentarme a terminar la redacción de esta cobertura.

 

 

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