Mientras el mundo energético se transforma -en el que Estados Unidos se convertirá en poco tiempo en la gran potencia-, México se alista para discutir la reforma más importante de los últimos tiempos.
Pemex, la empresa pública que detenta los derechos de explotación del petróleo, está en el centro del debate: necesita ayuda para extraer cerca de 30 mil millones de barriles que, según las estimaciones, se encuentran en aguas profundas del Golfo de México, coinciden especialistas. Ya no hay tiempo que esperar, el gran reto es maximizar la renta petrolera; es decir, multiplicar los recursos de esta actividad para mejorar las finanzas públicas, para disponer de la mejor tecnología que el sector privado pueda ofrecer y para generar beneficios a favor de la sociedad en su conjunto.
¿México dispondrá de una reforma energética de altos vuelos? El mundo energético ya cambió y México se está rezagando; ésta es la última carta de Pemex.
Los costos de la ineficacia
EN ENERGÍA, EL ESCENARIO EN MÉXICO ES KAFKIANO. En ese marco, el país se prepara para discutir una reforma al sector energético que está atrapada por una legislación rígida, al tiempo que el gobierno federal absorbe los costos vía subsidios.
Ésta es la fórmula que hoy tiene al país a la zaga: México ocupa el cuarto lugar en reservas de gas natural (es decir, tiene potencial para satisfacer la demanda, incluso, de varios siglos), después de China, pero carece de la capacidad para traer el gas a la superficie.
Su principal socio comercial, Estados Unidos, pronto será autosuficiente en recursos energéticos. Para 2035, se prevé que Estados Unidos sólo importará 9% de éstos (hoy importa 20%); mientras México —según la Secretaría de Energía— se convertirá en 2020 en un país estructuralmente deficitario en energía, a pesar de tener los recursos potenciales para no serlo.
Paradójicamente, la riqueza petrolera profundiza la desigualdad en México. Se estima que 48 de cada 100 mexicanos viven en la pobreza; en tanto, la población más rica se beneficia nueve veces más con subsidios energéticos.
El petróleo y el gas, a través de la empresa estatal Pemex, juega un papel clave en las finanzas públicas de México. Existe un potencial de producción tres veces mayor que en toda la historia petrolera, sin embargo, se registra una dependencia de 60% de las importaciones petroleras, lo que la convierte en una empresa presupuestalmente amarrada y con pérdidas en la mayoría de sus filiales desde 2005.
Todo este coctel deriva en absurdos dignos de una obra de Franz Kafa.
El Pemex que se necesita
IGLESIDE, UN PEQUEÑO PUEBLO TEXANO que da la cara al Golfo de México, vive un boom peculiar: ahí se arman los más grandes buques- plataforma que jamás se hayan construido. Estas estructuras cuestan millones de dólares y están hechas para flotar en el mar. Son gigantes visibles a más de 30 kilómetros de distancia, dicen las crónicas de la prensa especializada. Para 2015, las grandes petroleras gastarán 16,000 millones de dólares (mdd) en estos colosos flotantes, estiman firmas especializadas como Global Hunter Securities.
Éste es el mejor signo de que la industria se toma muy en serio los datos que indican que debajo de la superficie del Golfo de México hay vastos yacimientos de petróleo y gas.
Parte de esos yacimientos está en territorio mexicano, pero el país no puede llegar a ellos. Así que el auge de Ingleside, localizado a sólo 270 kilómetros de Tamaulipas, es por ahora algo lejano. Se estima que el país tiene en aguas profundas del Golfo unos 30 mil millones de barriles sin explotar.
Pemex, la única facultada para extraerlo, no puede hacerlo por sí sola. Necesita 825 mil millones de pesos (mdp) para aprovechar su potencial, pero su presupuesto es de apenas 26 mil mdp.
Sabedor de las oportunidades perdidas, nuestro país se dispone a debatir la reforma más importante de los últimos tiempos. Suena ya el modelo petrolero de Noruega como ejemplo porque ha logrado maximizar los beneficios de los energéticos y distribuirlos a empresas y ciudadanos. ¿México caminará hacia él?
La reforma sale a la calle
Cada cierto tiempo, los 70 legisladores que estaban en la mesa soltaban la copa de vino tinto para aplaudir y vitorear al líder, que en el micrófono, hacía un llamado para tomar las calles… alles… si la situación lo ameritaba.
Eran las cuatro de la tarde del 5 de agosto en la sede de la Confederación Nacional Campesina (CNC) en la Ciudad de México, y el hombre era César Camacho, presidente del pri, quien azuzaba al público ante el crudo debate que está por empezar. El asunto: defender la reforma energética que lleva la firma de Enrique Peña Nieto.
La elaboración de la iniciativa estuvo a cargo de un reducido equipo cercano al mandatario. Por ejemplo, Luis Videgaray, titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y principal consejero del Presidente. Ambos se conocieron hace cerca de 20 años, cuando Peña Nieto era diputado local en el Estado de México, y Videgaray trabajaba en Protego, el despacho de Pedro Aspe, ex jefe de la SHCP durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
También habría estado en el diseño de la propuesta Emilio Lozoya, el joven director de Pemex, de sólo 38 años, y también ex integrante de Protego. Su padre, Emilio Lozoya Thalmann, fue compañero de escuela de Carlos Salinas de Gortari y, más tarde, su secretario de Energía.
Aurelio Nuño Mayer, quien fuera vicecoordinador de Planeación Estratégica del PRI en el Senado de la República durante la LVIII y LIX legislaturas, igualmente involucrado.
A estos funcionarios se sumó un político que no está en el gabinete, pero que estuvo cerca de Enrique Peña Nieto desde la candidatura presidencial como asesor en temas energéticos: Francisco Labastida Ochoa.
La aprobación de esta reforma no será nada fácil. El pan le pone precio a su apoyo a la reforma energética que el PRI rechazó hace cinco años.
En los próximos meses veremos la batalla que se dará (también) en las calles.