El pueblo de Papanoa, Guerrero, pareciera la versión costeña de la Comala de Juan Rulfo. Es ahora una pequeña ciudad espectral cuyas escasas almas deambulan en medio de la confusión. Porque en Papanoa algo terrible ha pasado, que obligó a más del 70% de su gente salir huyendo, se convirtió en territorio de Los Templarios.

 

De las seis mil personas que vivían la comunidad, situada sobre la carretera Acapulco-Zihuatanejo, apenas quedaron unos dos mil, a quienes les dio más miedo dejar sus casas, sus pequeñas huertas y animales, que quedarse, pero que al paso de los meses sólo subsisten, están peor que antes y sólo permanecen vivos porque mantienen algún tipo de acuerdo con esa organización criminal.

 

Los habitantes que huyeron de Papanoa, algunos en grupos otros solos, casi todos de noche y en silencio, forman parte de esos siete mil pobladores desplazados en Guerrero por la violencia en los dos últimos años.

 

Las organizaciones civiles y las propias comunidades calculan que de esos siete mil hombres, mujeres y menores, unos cinco mil sobreviven casi en la indigencia en comunidades costeras o, inclusive, en la ciudad de México.

 

Los testimonios de Francisco Hernández Palomino, Alejandro Hernández Valencia, Lucio Barba Leyva y Raúl Mendoza Sánchez, oriundos de la comunidad costera de Papanoa, reflejan el dolor, el miedo y las condiciones de abandono y pobreza extrema a que han sido reducidos los desplazados de esa y otras comunidades de Tecpan y Petatlán, que se debaten entre la indigencia y la mendicidad.

 

“Muchos -coinciden- se fueron a la ciudad de México a trabajar como peones, cuando antes eran propietarios de ranchos, huertas y ganado, además de que contaban con sus casas”, muchas de ellas construidas al amparo de la bonanza que alguna vez caracterizó a esa y otras poblaciones.

 

La zona de emergencia

 

De acuerdos con diferentes agrupaciones de derechos humanos consultadas, poco más de dos mil desplazados han regresado paulatinamente a sus comunidades de origen en la Sierra Madre del Sur, particularmente en los municipios de Ajuchitlán del Progreso y San Miguel Totolapan, en la vertiente interior de la cordillera, conocida como región de Tierra Caliente, así como en Tlacotepec, en la región Centro del estado.

 

Sin embargo, la mayor parte de los desplazados permanentes se ubican en los municipios de Petatlán y Tecpan de Galeana, en la vertiente costera, así como en Coyuca de Catalán, en Tierra Caliente, jurisdicciones donde se contabilizan más de cinco mil personas damnificadas por la violencia que, hasta la fecha, no han podido regresar a sus lugares de origen, de acuerdo con registros de la Alianza de Derechos Humanos “Guerrero Unido” y del Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad (CCTI), que coordina el médico Raymundo Díaz Taboada.

 

Junto con Apaxtla de Castrejón, en la contigua Zona Norte, todos estos municipios de la Sierra Madre del Sur son colindantes entre sí. Por eso, las zonas militares 27 y 35, que integran la Novena Región Militar, mantienen desplegadas en el área más de 60 bases de operaciones, con la misión de combatir la violencia generada por las organizaciones criminales.

 

Aunque el personal de cada base de operaciones es bastante variable, entre 40 y 80 elementos cada una, ello significa un despliegue de aproximadamente cuatro mil efectivos en esa región, que de acuerdo con fuentes militares, están equipados con ametralladoras HK-21 para operaciones en zonas agrestes.

 

Punto estratégico

 

Papanoa forma parte del municipio de Tecpan de Galeana, Guerrero, tiene 82 kilómetros de costa, bosques, sierra, selva y ríos. Es zona fértil para el ganado y la siembra de frutas y granos; es bosque productivo de pinos y encinos.

 

Pero su ubicación y condiciones convierte a Tecpan en una perla, para el cultivo de amapola y marihuana; para el tránsito comercial de productos ilegales.

 

Por eso ahora Papanoa, aseguran sus pobladores, es territorio Templario en el que sólo subsisten un máximo de dos mil personas. Una porción mayoritaria de esta comunidad simplemente huyó de la región, abandonando sus casas, bienes, huertas y ganado.

 

Huir fue la única oportunidad de vida. No es exageración, los secuestros y asesinatos de empresarios, líderes sociales y pobladores se volvieron cotidianos desde 2011. Apenas en junio pasado los pobladores encontraron los cuerpos de dos dueños de empacadores de mangos.

 

A primera vista, la imagen de esta comunidad costera es de abandono, desolación y miedo. Nadie quiere platicar con el reportero, dada la presencia incesante de taxistas, conductores particulares y mandaderos que hacen las veces de halcones al servicio de los mandos Templarios.

 

Los que han logrado escapar, aseguran que los líderes de las zonas son Amador Valencia Ruiz, Ignacio Salto Villa, sus hijos Alberto e Isidro Salto así como, Crecenciano Chano Arreola.

 

El colmo es que el propio comisario municipal de Papanoa, Raúl Mendoza Sánchez, es también uno de los desplazados desde diciembre de 2011, debido a que no se plegó a las órdenes de los líderes templarios.

 

El comisario Mendoza Sánchez dijo haber sido amenazado directamente por Amador Valencia Ruiz para plegarse a las instrucciones de Los Templarios. Al no acatarlas tuvo que salir de la comunidad, junto con su familia, para no ser asesinado.

 

En esta zona productora de coco y mango, que también se distinguía por su producción maderera, fue necesario un operativo policiaco-militar de más de 50 hombres para incursionar en su interior con relativos márgenes de seguridad.

 

Por su parte, Francisco Hernández Palomino y Alejandro Hernández Valencia, también desplazados permanentes, que radican ahora en la Ciudad de México, advirtieron que todos quienes huyeron de esta comunidad se encuentran casi en la indigencia.

 

En su caso particular, ambos miembros de la familia Hernández dijeron que, desde que huyeron hace dos años con tres meses, terminaron con sus ahorros y, ahora, ya no tienen ninguna forma de subsistir. “Estamos casi en la mendicidad”.

 

Los templarios son los que ahora usufructúan sus casas, huertas, vehículos, ganado y maquinaria de producción agrícola, “y el gobierno simplemente no hace nada para combatirlos”. Ambos descienden de Julio Hernández Barrera, uno de los fundadores del ejido de Papanoa.

 

“Son cientos de casas abandonadas”, tercia en la conversación Gerardo Serna Girón, ex coordinador del Consejo Estatal del Cocotero (Cecoco), quien considera que estas cientos de familias oriundas de la región viven una “verdadera catástrofe”.

 

Por su lado, Lucio Barba Leyva, otro de los afectados por las bandas criminales, muestra una lista de 109 familias que han escapado de la región, dejando sus casas en total abandono desde hace dos años. De entonces a la fecha se ha desplazado mucha gente de esa comunidad, lo que la convirtió en un “pueblo fantasma”.