La canción de Rosana “Nadie más que yo”, me gusta, y mucho, pero una cosa es cantarla y otra muy distinta es vivirla. Y es que eso de que “no hay amor perfecto sin ti”, ¡uf!, da para un ratito. Se desea, se anhela, pero… ¿existe?
Ya lo dice Sandor Marai en su novela La mujer justa, a través de Marika, narrando a una amiga el dolor tras un amor fallido y un divorcio sin marcha atrás: “Un día desperté, me incorporé en la cama y sonreí. Ya no sentía dolor. Y de pronto comprendí que la persona justa no existe. Ni en el cielo, ni en la tierra, ni en ningún otro lugar. Simplemente hay personas, y en cada una hay una pizca de la persona justa, pero ninguna tiene todo lo que esperamos y lo que deseamos”.
¿Y cómo es que a veces nos toma toda una vida entender que el amor total no es humano? Y por buscarlo, vamos de desencanto en desencanto creyendo que lo encontraremos. Quizás lo más difícil de aceptar como seres humanos es que somos incompletos, ansiosos y con una permanente sensación de falta, de defecto. Nacemos con una absoluta dependencia de los demás y con un anhelo y necesidad primaria de alguien que nos colme, nos cuide, nos llene.
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