TOKIO. La gravedad de la última fuga de agua radiactiva en la central de Fukushima en Japón podría pasar del nivel 1 al 3, lo que implicaría el peor incidente en la planta desde su estallido en abril de 2011, el cual alcanzó la máxima categoría, de 7, y que anteriormente solo se había asignado al desastre en la central de Chernobil (Ucrania), en 1986.

 

La Autoridad de Regulación Nuclear de Japón (NRA) propuso elevar la gravedad de la fuga debido al elevado nivel de emisión tóxica (100 milisieverts/hora). Este volumen de radiación liberado en torno al tanque defectuoso implica que una persona que permanezca una hora en la zona afectada por la fuga de agua resultaría expuesta a la dosis máxima permitida para los operarios de la central a lo largo de cinco años.

 

En un documento publicado ayer, el organismo indicó que la emisión radiactiva producto de la filtración de 300 toneladas de agua de un tanque de almacenamiento de la central, así como el control sobre dicha situación, son equivalentes “a los estándares del nivel 3” de la Escala Internacional Nuclear y de Sucesos Radiológicos (INES).

 

La categoría 3 de INES, que incluye ocho niveles de gravedad (de 0 a 7), se define como un “incidente serio”, mientras que la 1 se describe simplemente como una “anomalía”.

 

No obstante, la autoridad nipona afirmó que consultará con el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) si es apropiado aplicar la escala INES a un suceso acontecido en una central nuclear donde la crisis en sí aún no ha sido solventada.

 

En todo caso, la NRA considera que al suceso se le puede aplicar, en lo referente al apartado de “Barreras y controles radiológicos en las instalaciones”, el rango 3, nivel que debe decretarse cuando se produce una emisión radiactiva que queda contenida dentro del recinto de la planta, según los calibres que difunde el propio OIEA.

 

El organismo nipón también opina que el grado 3 es aplicable en este suceso en lo referente a la llamada “Defensa en profundidad”, que es el esquema destinado a garantizar la seguridad de las instalaciones nucleares, y que va desde el control que ejerce la autoridad reguladora a las barreras físicas y técnicas del recinto.