Hace ya varios miles de años, el ser humano se dio cuenta de que la indumentaria tenía un uso distinto al decorativo, esa razón que lo había llevado a vestirse por primera ocasión. Cubrirse con mamuts, cebras, conejos y otros animales que había cazado no sólo lo adornaba con sus colores, matices y brillos, sino también lo protegía del medio ambiente.
La aparición del traje modificó dramáticamente la existencia de nuestra especie. A partir de él, la vida cambió en definitiva. Y es que nuestra relación con la realidad jamás volvió a ser la misma. Entre el cuerpo y el entorno habría ya, para siempre, un intermediario, un intruso.
Según Marshall McLuhan, la ropa es una extensión de la piel que “puede considerarse a la vez como un mecanismo de control térmico y un medio de definirse socialmente”. Según precisó el filósofo canadiense, “la ropa y la vivienda son casi gemelos: la vivienda extiende los mecanismos internos de termorregulación del organismo mientras que la ropa es una extensión más directa de la superficie externa del cuerpo”.